José Ángel Armada de Sarriá
General de Brigada de Infantería

de adaptación, etc. Se puede decir que el resultado es terrible en cuanto al daño personal causado, al ambiente creado que, lógicamente, repercute en la moral y a los efectos habidos y los que, previsiblemente, producirá. Aunque nunca se deben hacer juicios de intenciones, dada la repercusión de esta ley en las FAS, es inevitable recordar el famoso Programa 2000 del Partido Socialista, en el que se fijaba la conveniencia de que la carrera militar pasara de ser vocacional a ocupacional, con todo lo que ello supone.

Pero dada mi experiencia como Jefe de Estudios y posteriormente como Director de la Academia de Infantería, quiero ceñirme, sobre todo, al tratamiento que la ley da a la Enseñanza Militar de Formación de Oficiales de Ejército de Tierra.

G
formación de oficiales
EN LA LEY DE LA CARRERA MILITAR
LA LEY DE LA CARRERA MILITAR trata fundamentalmente de regular
el tratamiento del personal militar (escalas, clasificaciones, evaluaciones,
situaciones etc), y de la Enseñanza Militar.
La enseñanza militar de
justicia y el orden en el tratamiento del personal. Una ley que se ha aplicado instantáneamente, sin periodos de carencia, consciente el legislador del peligro que suponía para su efectividad el dilatarla en el tiempo. Tenía que aplicarse inmediatamente para no dar tiempo a una posible reacción.

Previendo sus consecuencias, ya desde los primeros borradores, me lancé a luchar contra ella con la libertad que proporciona el saber que yo no iba a ser uno de los afectados personalmente, dado mi próximo paso al retiro. Sin embargo sí me he sentido y me siento afectado en el sentido del daño que se hace a una Institución que ha sido mi vida y que creo uno de los pilares de nuestra Patria.

La Ley de la Carrera Militar trata fundamentalmente de regular el tratamiento del personal militar (escalas, clasificaciones, evaluaciones, situaciones etc), y de la Enseñanza Militar. Sobre el primer asunto no voy a extenderme,  pues hablan por sí solos los miles de recursos presentados contra la integración de escalas, los cursos
rande fue la alegría que me produjo el conocer que el partido victorioso en las últimas elecciones generales llevaba en su programa la reforma de la malhadada Ley de la Carrera Militar. Una ley que además de ser una provocación para las FAS, semejante, por otro lado, a la que supuso el nombramiento como Ministra de Defensa de una persona absolutamente inadecuada para ello por muchas razones, sólo se ha podido promulgar gracias al grado de postración al que han llegado nuestros Ejércitos. Una ley que ha hecho y hace sufrir a miles de mis compañeros y que, con su aceptación sin consecuencias, ha menoscabado el prestigio del Mando, que debe ser responsable de la defensa de sus subordinados. Un a ley que va dirigida de un modo certero, y no por casualidad, contra dos pilares sobre los que  descansan actualmente nuestras FAS:  La Enseñanza Militar  y la
La Enseñanza Militar Superior de Formación

Como es sabido, respecto al Ejército de Tierra, la Enseñanza Militar Superior de Formación, antes de esta ley, abarcaba cinco años, de los cuales tres se cursaban en la Academia General Militar y los dos últimos en las Academias Especiales de las Armas.

Este esquema ha sido cambiado por esta ley totalmente. El nuevo esquema establece cuatro cursos en la Academia General Militar cursando en un Centro Universitario de Defensa un grado de Ingeniería de Organización Industrial. Cada uno de estos cursos contiene una serie de enseñanzas militares (teóricas y prácticas) cursadas en la misma Academia. Finalizados estos cursos el plan de estudios contempla un quinto curso de enseñanza militar pura relativa a la especialidad fundamental elegida por el alumno. Por otra parte, se ha suprimido la oposición para el ingreso, al que se accede, como en la Universidad, con la nota de la selectividad y bachillerato y unas pruebas de reconocimiento médico, pruebas físicas, nivel de inglés y psicotécnico. Mucho se ha discutido sobre la conveniencia de las oposiciones, pero no cabe duda de que constituyen un instrumento para probar la vocación del aspirante previniendo futuras frustraciones como las que han sucedido. Además este sistema consagra la carrera militar como la única que da acceso a los cuerpos superiores de la Administración sin oposición seria.

A simple vista se ve el cambio tan radical que la ley ha supuesto. Pues bien desde que tuve conocimiento de la preparación del proyecto de esta ley que consagraría este esquema, empecé a interesarme, sobre todo, por las razones que podrían justificar tan drástico cambio. Cuando tuve acceso al Proyecto de ley me sorprendí al leer en el párrafo segundo del apartado V de la Exposición de Motivos: ”Esa exigencia en la enseñanza de oficiales y suboficiales debe ir acompañada por una excelente formación militar y específica, puesto que es objetivo imprescindible proporcionar a los miembros de las FAS la formación requerida para el ejercicio profesional…”. La exigencia a que se refería era el requisito de un grado universitario o de formación profesional de grado superior para acceder a las escalas de oficiales y suboficiales respectivamente. Como se ve, expresa que la formación militar y específica “acompaña” a la universitaria, que parece considera como fundamental. Esto suponía cambiar completamente el orden de prioridades que se supone debe existir en la formación de un militar. En su paso por las Cortes se suprimió este párrafo que he comentado, pero su espíritu quedó en los artículos de la ley. Prueba de ello es que, exigiendo como imprescindible la obtención del grado universitario para salir teniente, en ningún lugar de la ley se justifica esta necesidad. Así en el artículo 43 se expresa la finalidad de la enseñanza en las FAS y no aparece ningún fin de los expuestos que requiera para su consecución título de grado universitario alguno. Además el artículo 44 expresa también la finalidad de la formación de oficiales, y sólo se refiere, como es lógico, a lo específicamente militar.

Al conocer todo esto, me puse a buscar las razones, los argumentos que justificaran este cambio. Pedí audiencias, pregunté en el origen del proyecto, indagué siempre con una pregunta muy simple: ¿Qué aporta a la formación de un oficial la obtención imprescindible de un grado de ingeniero de organización industrial? Por supuesto que todo aumento de conocimientos es provechoso, pero ¿por qué se debería llevar a cabo precisamente en la formación y no después, en otro momento de la carrera del oficial ya formado? Las respuestas que obtuve no fueron en ningún grado satisfactorias. Nadie sensato puede pensar que la obtención de un grado universitario servirá para aligerar las escalas, cuando lo normal es que se pudiera ejercer después de unos 13 ó 14 años dedicados exclusivamente a la milicia en los empleos de teniente y capitán. Otro argumento utilizado es la famosa comparación con los Ejércitos de otras naciones. Por una parte, considero que extraer fuera del conjunto medidas y recetas puntuales tomadas por otros no es bueno y por otra, estando en la Academia de Infantería como Director he podido comprobar, con ocasión de las visitas de numerosos Directores de Academias de ejércitos extrajeros, su admiración respecto de nuestro plan de estudios.
pañeros que han accedido a diversos doctorados sin ninguna dificultad.

Por otra parte, también busqué en los trabajos publicados entre otros medios sobre el tema. En ninguno de ellos aparecen argumentos que justifiquen el cambio, tratando la ley como un hecho consumado y estudiando sus consecuencias.

Pero es que ni siquiera en el Preámbulo de la ley se puede encontrar ninguna justificación.
Peor es otro argumento dado por una autoridad civil del Ministerio de Defensa del anterior Gobierno, que consideraba que la finalidad de la exigencia del grado universi- tario era dar prestigio a la carrera militar. Creo que más vale no comentar esta “gansada”.

También se trata de argumentar el cambio con los acuerdos de Bolonia y se estima que,por fin, la carrera militar tendrá equipara- ción a las carreras universitarias superiores. Sin embargo la reali- dad es que esa equiparación ya existía  y  todos conocemos com-
El caso es que sin razón aparente (la sabrá el legislador) se cambió totalmente la formación de nuestros oficiales y que a simple vista el cambio ha sido en perjuicio de su formación militar, pues si con el mismo número de cursos tienen que hacer dos carreras, no cabe duda de que se hará a costa de la militar.

Por tanto mientras no exista una justificación clara para el cambio se debe negar la mayor, y si los creadores del cambio no son capaces de hacer públicas las razones del mismo no hay más remedio que sospechar lo peor.

Esta ignorancia de las verdaderas razones, nos lleva a considerar que, de hecho, supone, por lo menos, un verdadero menosprecio para la carrera militar, siendo curioso que sea la única carrera que para conseguir su título tenga, por obligación y en el tiempo de formación, que obtener el de otra diferente.

Después podemos caer en la trampa de las matizaciones y de los voluntarismos. Por supuesto que una vez aprobada la ley, apoyo con todas mis fuerzas la línea seguida por el Ejército de hacer todo lo posible para sacar el mayor rendimiento de ella en beneficio de la formación de nuestros oficiales. Pero también es verdad que esta posición no nos debe hacer olvidar que la ley es muy mala y que se debería cambiar como dice el programa del Partido Popular.

Los tímidos defensores de la ley en su vertiente de enseñanza descienden a contar los créditos de las asignaturas para comparar este modelo con el anterior de 1992. Bien, cuando el propio General Director de la Academia General Militar, expresa en sus artículos publicados en las revistas Atenea y Ejército que “un descenso más notable se observa en Instrucción y Adiestramiento… lo que obligará a hacer un esfuerzo adicional”, que “observándose una pérdida mayor en las materias asociadas a la formación general militar”, y que “no creo conveniente hacer juicios de valor acerca de la mejor o peor preparación en determinados ámbitos de la formación hasta que el producto final haya sido validado en las Unidades de destino; estamos hablando de unos siete años a partir de hoy (octubre 2010)”, se podría pensar que los experimentos sólo deben hacerse con gaseosa. Pero es que en el nuevo plan de estudios también se contemplan menos horas de inglés, a pesar de lo que dicen.
MUCHO SE HA DISCUTIDO SOBRE LA CONVENIENCIA DE LAS
OPOSICIONES,
pero no cabe duda de que constituyen un instrumento
para probar la vocación del aspirante previniendo futuras frustraciones
como las que han sucedido. Además este sistema consagra la carrera
militar como la única que da acceso a los cuerpos superiores de la
Administración sin oposición seria.

Y desde luego no es de recibo el argumento que emplea al decir que desde 1942 ha habido nueve planes de estudio diferentes y nunca los oficiales han presentado carencias sustanciales, como si el simple cambio determinara el éxito, sobre todo cuando vuelve a resaltar la imposibilidad total de “EXTRAER CONCLUSIONES FIRMES SOBRE SU BONDAD Y EFICACIA”.
En fin, la demostración de lo dicho se refleja en la Directiva 06/10 “Reestructuración de los Centros Docentes Militares del ET.” que en su apartado 4/ reconoce que será preciso reducir los tiempos de Instrucción y Adiestramiento para lo que propugna “aumentar las acciones formativas posteriores al egreso de la Academia”. Es decir que después de los cinco cursos de formación, los oficiales necesitarán seguir con acciones para su formación, no para su perfeccionamiento.
Por otra parte, nos podemos preguntar sobre la eficacia de los planes de estudios anterio- res, es decir los del 92. Como es lógico, no cabe duda de que se hubieran podido me- jorar. Pero también es verdad que los tenientes recién salidos se incorporaban a sus unidades, y muchos de ellos inmediatamente salían a las misiones en el exterior y no creo que se puedan decir sino alabanzas del fun- cionamiento de nuestra fuerza en dichas misiones.

En este sentido, el problema existe y consiste en que muchos compañeros juzgan la enseñanza militar por la recibida por ellos, sin darse cuenta de los profundos cambios y puesta al día en todos los órdenes que ha experimentado.

También existe lo que podríamos llamar el síndrome civil. Por las informaciones de nuestros hijos que asisten o han asistido a la Universidad y por mi experiencia en mis con- tactos con ella durante mi etapa de Director de la Academia de Infantería, nunca me he explicado esa especie de complejo que algunos de nuestros compañeros padecen res- pecto a la Universidad actual. Creo sincera- mente que ese complejo no tiene razón de ser y si existiera debería ser precisamente en sentido contrario.  Hasta  el  General  Gan  al
juzgar los resultados del primer curso del nuevo modelo toma como parámetros los de la Universidad y ante un 27% de bajas y un 16% de repetidores, se felicita por considerar que son cifras que se sitúan por debajo de las registradas en primer curso de cualquiera de las ingenierías. Por ningún concepto considero asumible la comparación. Ni nuestros cadetes tienen el mismo régimen de vida y estudio que los universitarios, ni el número de los componentes de las promociones, que en nuestro caso viene dado por las necesidades del Ejército,tiene que ver con las previsiones que pueden hacer las diferentes universidades sobre las necesidades de ingenieros en España.

De lo que no cabe duda es de que de la simple observación de los dos esquemas de planes de estudio, sin grandes problemas podemos deducir que el nuevo se lleva a cabo a costa de la formación militar. Si no, no se concibe que con los mismos cursos se puedan cursar dos carreras, la militar y la civil. Por otra parte es un verdadero brindis al sol el apelar a la calidad y esfuerzo de los profesores para compensar los destrozos que el nuevo plan de estudios produce en la formación militar de nuestros oficiales.

Pero lo verdaderamente curioso es que, en su último artículo en la revista Ejército del mes de diciembre pasado, el General de la AGM., después de volver a reconocer la pérdida habida en formación general militar y en instrucción y adiestramiento, por lo que exige un esfuerzo adicional, exponga que la oposición al nuevo modelo proviene de “la falta de comunicación, información y añoranza del tiempo pasado”, y que encabece su artículo con una cita de Anatole France: “Todos los cambios más ansiados, llevan consigo cierta melancolía”. Se olvida el General de presentar, en todos sus artículos, un solo argumento válido que justifique tan drástico cambio y, por otra parte, insinúa que este cambio era ansiado por el Ejército, cuando consta la oposición, en su momento, del Mando militar.

Y desde luego no es de recibo el argumento que emplea al decir que desde 1942 ha habido nueve planes de estudio diferentes y nunca los oficiales han presentado carencias sustanciales, como si el simple cambio determinara el éxito, sobre todo cuando vuelve a resaltar la imposibilidad total de “extraer conclusiones firmes sobre su bondad y eficacia”.

No cabe duda de que la derogación de esta nefasta ley es difícil, pero, sin embargo, es muy factible su reforma. En el aspecto de la Enseñanza de Formación de la escala de oficiales, sería necesario estudiar a fondo su reforma para conseguir asegurar el nivel adecuado de su formación militar, tanto general como específica. En ese sentido se podría llegar a establecer, como se propuso en círculos universitarios de Zaragoza, un grado de Seguridad y Defensa, concertado con la Universidad, como una carrera universitaria más, lo que salvaría las dificultades que ha presentado el Consejo General de Ingenieros Industriales, en cuanto a colegiar a nuestros oficiales.

No quiero terminar sin alabar y apoyar a nuestros compañeros en su ingrata tarea de “hacer de la necesidad, virtud”, y tratar con todas sus fuerzas de controlar los daños y sacar el máximo provecho de esta nefasta ley.

Deseo y espero que el nuevo Gobierno, además de cumplir su programa electoral, oiga el clamor que existe en los Ejércitos para reformar la Ley de la Carrera Militar.