En una tarde fría, gris y anónima, desesperados y ya
sin fuerzas, tal vez heridos por el frío, tal vez terriblemente
hambrientos y cansados…, posiblemente sin
otra posible alternativa y sin ganas ya de vivir, decidieron
buscar cobijo en cualquier olvidado rincón de
la ciudad… Muchos, pensarán que, hasta ese dramático
momento, su vida anterior estuvo quizás relacionada
con el alcoholismo, con la droga, con la
delincuencia… Pero las estadísticas nos dicen, que el
30% de ellos son abstemios y que nunca han consumido
drogas; un 63’9% han terminado la educación secundaria, y un 13% han recibido educación superior.
En general, la causa de esta situación extrema,
fue una ruptura brusca y traumática de sus lazos familiares,
laborales o sociales… Y así, rechazados por
unos y por otros, sin nadie a quien acudir, sin nada a
qué aferrarse, desmoralizados, vencidos, fueron deslizándose
hacia la marginalidad, hacia el vacío…
Durante el día y por la noche también, el techo que
los cobija es el infinito cielo; quizás, para algunos
‘afortunados’, el zaguán de un edificio, la boca de un
‘metro’, el escaso recinto de un cajero automático, o
la lejana e insuficiente cobertura de un puente, muy
cerca de la humedad de un río o de una ruidosa carretera…;
y sus ‘compañeros de viaje’, son los bancos
de los parques, los cartones, los charcos, los insectos, las
aceras, los ruidos, el frío, las ratas… En su afán
por conseguir algún dinero, están en continuo peligro
de caer en la delincuencia, en el narcotráfico, en la
prostitución… Y debido a su situación de desamparo
y de desprotección, están siempre a merced de los
vándalos, de los sin escrúpulos, de las mafias, de los
‘latin-kings’ (o bandas similares, frecuentes en las
grandes ciudades)…, que con frecuencia, se mofan de
ellos y los insultan, y se ceban en su debilidad y en su
vulnerabilidad y los maltratan, llegando incluso a asesinarlos,
a veces por capricho, con increíbles dosis añadidas de burla y de sarcasmo, de desprecio y de
crueldad…
Viven en soledad, en situación de extrema pobreza;
y hay en ellos una absoluta desconexión social, laboral
y afectiva con el mundo que los rodea. El hambre
y la soledad, hicieron estragos en sus cuerpos y… en
sus espíritus. No recuerdan ya apenas qué fue de sus
vidas ni de dónde han venido, porque sus mentes están
abotargadas, embotadas, aturdidas, en ‘off’…; y tan
solo piensan en lo que más les preocupa, en lo más
inmediato y apremiante o perentorio: en ‘el hoy’, en
cómo conseguir algo para comer, en cómo esquivar a
esa muerte que, sigilosa y cercana, los acecha siempre
amenazante y, en cómo sobrevivir así un día
más… Y, en su dolor y en su resignación, tampoco recuer-
dan, si alguna vez hubo una mano que estrechar,
una sonrisa amiga, una palabra de consuelo y de
aliento, una taza de café caliente, un mundo distinto y
mejor, tal vez un lejano y soñado paraíso… Conocen
de sobra la angustia de no tener qué comer ni qué
beber; y mientras aborrecen el cotidiano menú del
hambre y el rigor de la más absoluta incertidumbre, se
topan a cada instante con el desprecio de muchos y
con la indiferencia de casi todos… El frío, el entumecimiento,
la tristeza y la desesperación, congeló en
ellos la ilusión y la esperanza; y sus ambiciones rotas
y su indigencia, les hizo olvidar el calor de una familia
y de una vivienda digna; y el reconfortante sabor
de un guiso calentito; y el poder escuchar una música
bonita en un ambiente tranquilo y agradable; y el olor
del mar y el de las flores…, y ¡el dulce aroma de la libertad!
No tienen vértigo, porque más bajo no pueden
caer ya… Y, en sus islas de miseria, de harapos y de
cartones, aún a veces, mientras la fatalidad y la resignación
los devora, sueñan con bellos horizontes y con
azules y transparentes mares…, que son como espejismos,
utopías que salvo un milagro, son conscientes
de que nunca podrán alcanzar.
Son la élite de la indiferencia, de la marginalidad,
del abandono más absoluto y extremo… Y deberían
representar un auténtico escándalo humanitario; pero,
en este mundo tan ‘post-moderno’, tan materialista y
tan super-indiferente a todo, ya nada llama la atención,
todo parece como normal, y ¡nadie se escandaliza
ya de nada!… Solo los corazones sensibles, los
de aquellos que conocen la ternura, el amor y la poesía;
los que tiene la certeza de un más allá infinitamente
mejor; los que todavía recuerdan el lenguaje de
las estrellas…, no olvidan jamás que son hermanos
nuestros, que son hijos de Dios, ¡exactamente como
los demás!... Que son personas dignas de respeto y de
compasión; y que necesitan alimentos, ánimos, calor,
ayuda…, y alguna sonrisa, y ¡mucha comprensión!...
Y hay, ¡gracias a Dios!, personas caritativas y generosas,
que se acercan a ellos sin prejuicios y sin rubor,
para interesarse por su estado, para llevarles algunos
alimentos calientes y alguna manta con qué abrigarse,
y para ofrecerles un poco de conversación y…,
¡mucho amor! ¡Benditas personas estas!
Se les llama los marginados, los indigentes, los ‘sin
techo’, los de ‘el cuarto mundo’… Son personas casi
siempre anónimas, ignoradas, despreciadas por muchos
y olvidadas por casi todos… Y tal vez no nos
damos cuenta, no somos conscientes de que, aunque
por las circunstancias que fueren, viven en una muy
difícil y casi patética situación actual de miseria y de
abandono…, es posible o probable que, en su momento,
fuesen unos ciudadanos brillantes, con una familia,
con una carrera y un trabajo, personas
ilusionadas y ‘vivas’, con unas mentes tal vez privilegiadas…
Y es posible o es incluso probable que, espiritualmente,
sean infinitamente mejores que
muchísimos de nosotros…
“Porque, me viste con hambre y me diste de
comer…; porque me encontraste herido y me curaste…;
porque estaba desnudo y con frío, y me diste tus ropas…; porque vivía triste y desesperado, y me
consolaste…; porque estaba solo y angustiado, y te
acercaste a interesarte por mí y a compartir conmigo
tu alegría, tu ilusión, tu fe y tu esperanza; porque me
llamaste hermano…
¡Dichoso el que acoge al pobre y al desvalido, al
desahuciado…; el que atiende y alivia al que nada
tiene y al que ya casi nada espera ¡Que Dios premie a
los que así actúan!
Recordando algunas frases de una canción de Pedro
Sosa, he escrito estas líneas. Con la ilusión y con la esperanza,
de que todos seamos sensibles y tomemos
conciencia de este actual, diario y pavoroso drama que
afecta a tantos desventurados hermanos nuestros.