En una tarde fría, gris y anónima, desesperados y ya sin fuerzas, tal vez heridos por el frío, tal vez terriblemente hambrientos y cansados…, posiblemente sin otra posible alternativa y sin ganas ya de vivir, decidieron buscar cobijo en cualquier olvidado rincón de la ciudad… Muchos, pensarán que, hasta ese dramático momento, su vida anterior estuvo quizás relacionada con el alcoholismo, con la droga, con la delincuencia… Pero las estadísticas nos dicen, que el 30% de ellos son abstemios y que nunca han consumido drogas; un 63’9% han terminado la educación secundaria, y un 13% han recibido educación superior. En general, la causa de esta situación extrema, fue una ruptura brusca y traumática de sus lazos familiares, laborales o sociales… Y así, rechazados por unos y por otros, sin nadie a quien acudir, sin nada a qué aferrarse, desmoralizados, vencidos, fueron deslizándose hacia la marginalidad, hacia el vacío…

Durante el día y por la noche también, el techo que los cobija es el infinito cielo; quizás, para algunos ‘afortunados’, el zaguán de un edificio, la boca de un ‘metro’, el escaso recinto de un cajero automático, o la lejana e insuficiente cobertura de un puente, muy cerca de la humedad de un río o de una ruidosa carretera…; y sus ‘compañeros de viaje’, son los bancos de los parques, los cartones, los charcos, los insectos, las aceras, los ruidos, el frío, las ratas… En su afán por conseguir algún dinero, están en continuo peligro de caer en la delincuencia, en el narcotráfico, en la prostitución… Y debido a su situación de desamparo y de desprotección, están siempre a merced de los vándalos, de los sin escrúpulos, de las mafias, de los ‘latin-kings’ (o bandas similares, frecuentes en las grandes ciudades)…, que con frecuencia, se mofan de ellos y los insultan, y se ceban en su debilidad y en su vulnerabilidad y los maltratan, llegando incluso a asesinarlos, a veces por capricho, con increíbles dosis añadidas de burla y de sarcasmo, de desprecio y de crueldad…

Rafael Ildefonso Pérez-Cuadrado de Guzmán
Coronel Médico de la Armada
Viven en soledad, en situación de extrema pobreza; y hay en ellos una absoluta desconexión social, laboral y afectiva con el mundo que los rodea. El hambre y la soledad, hicieron estragos en sus cuerpos y… en sus espíritus. No recuerdan ya apenas qué fue de sus vidas ni de dónde han venido, porque sus mentes están abotargadas, embotadas, aturdidas, en ‘off’…; y tan solo piensan en lo que más les preocupa, en lo más inmediato y apremiante o perentorio: en ‘el hoy’, en cómo conseguir algo para comer, en cómo esquivar a esa muerte que, sigilosa y cercana, los acecha siempre amenazante y, en cómo sobrevivir así un día más… Y, en su dolor y en su resignación, tampoco recuer-
dan, si alguna vez hubo una mano que estrechar, una sonrisa amiga, una palabra de consuelo y de aliento, una taza de café caliente, un mundo distinto y mejor, tal vez un lejano y soñado paraíso… Conocen de sobra la angustia de no tener qué comer ni qué beber; y mientras aborrecen el cotidiano menú del hambre y el rigor de la más absoluta incertidumbre, se topan a cada instante con el desprecio de muchos y con la indiferencia de casi todos… El frío, el entumecimiento, la tristeza y la desesperación, congeló en ellos la ilusión y la esperanza; y sus ambiciones rotas y su indigencia, les hizo olvidar el calor de una familia y de una vivienda digna; y el reconfortante sabor de un guiso calentito; y el poder escuchar una música bonita en un ambiente tranquilo y agradable; y el olor del mar y el de las flores…, y ¡el dulce aroma de la libertad! No tienen vértigo, porque más bajo no pueden caer ya… Y, en sus islas de miseria, de harapos y de cartones, aún a veces, mientras la fatalidad y la resignación los devora, sueñan con bellos horizontes y con azules y transparentes mares…, que son como espejismos, utopías que salvo un milagro, son conscientes de que nunca podrán alcanzar.

Son la élite de la indiferencia, de la marginalidad, del abandono más absoluto y extremo… Y deberían representar un auténtico escándalo humanitario; pero, en este mundo tan ‘post-moderno’, tan materialista y tan super-indiferente a todo, ya nada llama la atención, todo parece como normal, y ¡nadie se escandaliza ya de nada!… Solo los corazones sensibles, los de aquellos que conocen la ternura, el amor y la poesía; los que tiene la certeza de un más allá infinitamente mejor; los que todavía recuerdan el lenguaje de las estrellas…, no olvidan jamás que son hermanos nuestros, que son hijos de Dios, ¡exactamente como los demás!... Que son personas dignas de respeto y de compasión; y que necesitan alimentos, ánimos, calor, ayuda…, y alguna sonrisa, y ¡mucha comprensión!...

Y hay, ¡gracias a Dios!, personas caritativas y generosas, que se acercan a ellos sin prejuicios y sin rubor, para interesarse por su estado, para llevarles algunos alimentos calientes y alguna manta con qué abrigarse, y para ofrecerles un poco de conversación y…, ¡mucho amor! ¡Benditas personas estas!

Se les llama los marginados, los indigentes, los ‘sin techo’, los de ‘el cuarto mundo’… Son personas casi siempre anónimas, ignoradas, despreciadas por muchos y olvidadas por casi todos… Y tal vez no nos damos cuenta, no somos conscientes de que, aunque por las circunstancias que fueren, viven en una muy difícil y casi patética situación actual de miseria y de abandono…, es posible o probable que, en su momento, fuesen unos ciudadanos brillantes, con una familia, con una carrera y un trabajo, personas ilusionadas y ‘vivas’, con unas mentes tal vez privilegiadas… Y es posible o es incluso probable que, espiritualmente, sean infinitamente mejores que muchísimos de nosotros…

“Porque, me viste con hambre y me diste de comer…; porque me encontraste herido y me curaste…; porque estaba desnudo y con frío, y me diste tus ropas…; porque vivía triste y desesperado, y me consolaste…; porque estaba solo y angustiado, y te acercaste a interesarte por mí y a compartir conmigo tu alegría, tu ilusión, tu fe y tu esperanza; porque me llamaste hermano…

¡Dichoso el que acoge al pobre y al desvalido, al desahuciado…; el que atiende y alivia al que nada tiene y al que ya casi nada espera ¡Que Dios premie a los que así actúan!

Recordando algunas frases de una canción de Pedro Sosa, he escrito estas líneas. Con la ilusión y con la esperanza, de que todos seamos sensibles y tomemos conciencia de este actual, diario y pavoroso drama que afecta a tantos desventurados hermanos nuestros.
Los de “el cuarto mundo”
Los de “el cuarto mundo”