lesto. Y nada más terminar la misa, me fui como un rayo a la sacristía. Le dije entonces a ese sacerdote, lo que ahora –palabra más, palabra menos- transcribo aquí; con la ilusión y con la idea, sobre todo, de que los feligreses de esa parroquia (cuyo emplazamiento prefiero omitir), puedan leerlo y tengan así una visión más amplia, más certera, más real y más positiva del tema.
Decía aquel sacerdote, entre otras lindezas, que
‘los que visten uniforme, enseñan a matar’; y que
‘muchos jóvenes de hoy –entre ellos, los objetores
de conciencia, claro–, se niegan a hacer la
‘mili’ porque no quieren aprender a matar, porque
defienden la vida, porque desean la paz y no la
guerra’…Y –añadía– que lo de los objetores está
contemplado en la Constitución española, ‘aunque
–matizó– muy restrictivamente aún’. Y que tenían,
pues, derecho a negarse a ‘aprender a matar’.
Y que él aprobaba esta actitud de los jóvenes.
Y le decía yo a aquel ‘pater’, que la principal misión
y la razón de ser de las Fuerzas Armadas –a
las que había aludido–, es defender a la Patria y
salvaguardar el orden constitucional, conservando
y garantizando así, precisamente, la paz... Le dije,
que a los militares nos horroriza matar; y que
somos los primeros en anhelar y en buscar la
paz… Y que, lo que se hace en la ‘mili’ y en los
ejércitos, no es enseñar a matar, sino enseñar a defender
y a amar a España… Que los que sí enseñan
a ‘matar por matar’ –y esto en cambio no lo dice
en la iglesia–, son los de ETA y demás bandas terroristas…
Le dije, en fin, que es muy hermoso
servir a la Patria, y que es –o debería serlo, ¡y para
todos los españoles!– un orgullo y un honor servir
a España. Y le digo ahora, además, que la ‘mili’
representa –salvo casos aislados– una provechosísima
y fecunda etapa en la vida de los jóvenes; y
que es ahí, en la disciplina, en la austeridad, en el
respeto y en la obediencia, donde terminan de ‘hacerse’
y donde se forjan los hombres del mañana.
En cuanto a los objetores, le comenté que, de los
que dicen serlo, una inmensa mayoría lo son ‘de
pacotilla’, de conveniencia; y ‘se apuntan’ a esto,
pretendiendo evitar la ‘mili’, solo por egoísmo, por
pura cicatería. Y sí, son muy delicados y sienten
(¿) muchos escrúpulos a la hora de servir a la Patria;
pero es posible –repito: es posible– que, después,
esas mismas personas que ‘no quieren
aprender a matar’, sí sean capaces de empuñar un
arma (navaja, pistola, escopeta de cañones recortados…), para ¡quién sabe!,
robar quizás, o tal vez asaltar
a alguien, o ‘ejercer’ de
terroristas... ¡para asesinar, si
es preciso! Aquí, fuera ya de
‘lo militar’, ¿no hay entonces
objeciones, escrúpulos o
problemas de conciencia?...
¡Qué sencillito!, ¿verdad?
Y por lo que respecta a lo
de que los objetores esta
contemplado en la actual
Constitución, le argumenté
que también está contemplado,
y en la misma Constitución
española, ‘el derecho
a la vida’. Y que, bueno, ahí
está la ‘ley del aborto’ ¡Que
eso sí que es autorizar y
‘enseñar a matar’, disculpando
benévolamente esa más que horrorosa, infame,
vil, repugnante, increíble e indiscrimina- da
matanza de decenas de millares de seres humanos
indefensos y ab- solutamente inocentes ¡Que
hablara también en sus homilías –le dije– de esta
auténtica lacra de nuestra so-
ciedad!... ¡Que dejara en paz a ‘los que visten uniforme’, y dijera en cambio la verdad de esa denigrante y vergonzosa ‘ley abortiva’!...
También me dijo aquel sacerdote –entre otras
cosillas– que no nos quejáramos, que hoy en día
estábamos los militares ’como nunca de bien’ (según su expresión). Ante esto, no pude contener
una sonora carcajada, invitándole a que viniese
al día siguiente a mi destino a conocer de cerca la
situación; y aconsejándole de paso, que profundizase
en este tema antes de hablar de él, porque
se ve a la legua que sufre una absoluta desinformación,
¡que vive en otro planeta, vamos!
Señor sacerdote (y Vd. sí que sabe a quién me
dirijo), por favor: dedíquese a predicar la palabra
de Dios y el Evangelio, que es para escuchar esto
para lo que acudimos a misa los creyentes. Y déjese
de ‘originalidades’, de inexactitudes, de ‘politiqueos’
y… de arrimar su ascua a la ‘sardina’
que más se lleva hoy, que más de moda está…
urante la homilía, escuchaba
yo el otro día en una
iglesia de Cartagena, entre
incrédulo y sorprendido, a
un joven sacerdote en una
muy sutil –y en mi opinión,
distorsionada, parcial e inexacta–
exposición de hechos clarísimamente antimilitaristas.
Y pensé, ‘Caramba, ¡es el colmo!
¡También desde el clero, en las iglesias, nos atizan!...
¿Solo nos faltaba esto en la actual campaña
de desprestigio orquestada contra los militares!’…
Yo estaba allí, con mi mujer y mis cuatro hijas…
Y me dolió aquello; me sentí ofendido, mo-
(Es de justicia reseñar, que este joven sacerdote
al que me he referido, representa solo una excepción
dentro del clero. Aunque
esta ‘excepción’ –¿vanguardista?–,
nos tenga a propios y extraños perplejos,
atónitos, recelosos y… desorientados;
precisamente por eso:
por lo insólito. También es insólito
–y debo confesarlo así, con absoluta
sinceridad–, que yo pronuncie o escriba
una sola palabra criticando a
un sacerdote ¡Quede constancia!).
Notas del autor.-
1ª.- Este artículito,
todo lo que antecede, se publicó
hace unos años en el periódico
de más tirada y de más prestigio de
la región de Murcia. Y tuvo un eco
formidable; fueron muchas las personas
que me llamaron por teléfono
o me pararon por la calle, para solidarizarse
conmigo (o con mi escrito),
para mostrarme su reconocimiento y
ofrecerme su ayuda. (Hay que recordar,
que Cartagena es, y lo era ya entonces,
Departamento Marítimo).
2ª.- Ya sabemos, que la ‘mili’, está
abolida actualmente en España.
Pero estas frases que aquí se vierten, creo que pudieran
servir quizás –¡ojalá!– de ‘clarificación’,
de acicate y de estímulo a las chicas y chicos que,
con ilusión, se alistan o se integran hoy día en
nuestras muy queridas Fuerzas Armadas. Y
3ª.- Después de este pequeño ‘incidente’ –ni buscado,
ni querido por mí–, no volví a ver al sacerdote
en cuestión durante bastantes años. Pero, en
la primera ocasión que tuve, me acerqué a él para
limar asperezas, acercar posturas y, esto sobre
todo, ¡hacer las paces! Y sellamos esta paz, con
un fuerte apretón de manos. ¡Como debe ser!