Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán
Coronel Médico de la Armada
Lo Militar
Lo Militar
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lesto. Y nada más terminar la misa, me fui como un rayo a la sacristía. Le dije entonces a ese sacerdote, lo que ahora –palabra más, palabra menos- transcribo aquí; con la ilusión y con la idea, sobre todo, de que los feligreses de esa parroquia (cuyo emplazamiento prefiero omitir), puedan leerlo y tengan así una visión más amplia, más certera, más real y más positiva del tema.

Decía aquel sacerdote, entre otras lindezas, que ‘los que visten uniforme, enseñan a matar’; y que ‘muchos jóvenes de hoy –entre ellos, los objetores de conciencia, claro–, se niegan a hacer la ‘mili’ porque no quieren aprender a matar, porque defienden la vida, porque desean la paz y no la guerra’…Y –añadía– que lo de los objetores está contemplado en la Constitución española, ‘aunque –matizó– muy restrictivamente aún’. Y que tenían, pues, derecho a negarse a ‘aprender a matar’. Y que él aprobaba esta actitud de los jóvenes.

Y le decía yo a aquel ‘pater’, que la principal misión y la razón de ser de las Fuerzas Armadas –a las que había aludido–, es defender a la Patria y salvaguardar el orden constitucional, conservando y garantizando así, precisamente, la paz... Le dije, que a los militares nos horroriza matar; y que somos los primeros en anhelar y en buscar la paz… Y que, lo que se hace en la ‘mili’ y en los ejércitos, no es enseñar a matar, sino enseñar a defender y a amar a España… Que los que sí enseñan a ‘matar por matar’ –y esto en cambio no lo dice en la iglesia–, son los de ETA y demás bandas terroristas… Le dije, en fin, que es muy hermoso servir a la Patria, y que es –o debería serlo, ¡y para todos los españoles!– un orgullo y un honor servir a España. Y le digo ahora, además, que la ‘mili’ representa –salvo casos aislados– una provechosísima y fecunda etapa en la vida de los jóvenes; y que es ahí, en la disciplina, en la austeridad, en el respeto y en la obediencia, donde terminan de ‘hacerse’ y donde se forjan los hombres del mañana. En cuanto a los objetores, le comenté que, de los que dicen serlo, una inmensa mayoría lo son ‘de pacotilla’, de conveniencia; y ‘se apuntan’ a esto, pretendiendo evitar la ‘mili’, solo por egoísmo, por pura cicatería. Y sí, son muy delicados y sienten (¿) muchos escrúpulos a la hora de servir a la Patria; pero es posible –repito: es posible– que, después, esas mismas personas que ‘no quieren aprender a matar’, sí sean capaces de empuñar un arma (navaja, pistola, escopeta de cañones recortados…), para ¡quién sabe!, robar quizás, o tal vez asaltar a alguien, o ‘ejercer’ de terroristas... ¡para asesinar, si es preciso! Aquí, fuera ya de ‘lo militar’, ¿no hay entonces objeciones, escrúpulos o problemas de conciencia?... ¡Qué sencillito!, ¿verdad?
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Y por lo que respecta a lo de que los objetores esta contemplado en la actual Constitución, le argumenté que también está contemplado, y en la misma Constitución española, ‘el derecho a la vida’. Y que, bueno, ahí está la ‘ley del aborto’ ¡Que eso sí que es autorizar y ‘enseñar a matar’, disculpando benévolamente esa más que horrorosa, infame, vil, repugnante, increíble e indiscrimina- da matanza de decenas de millares de seres humanos indefensos y ab- solutamente inocentes ¡Que hablara también en sus homilías –le dije– de esta  auténtica  lacra  de nuestra so-
ciedad!... ¡Que dejara en paz a ‘los que visten uniforme’, y dijera en cambio la verdad de esa denigrante y vergonzosa ‘ley abortiva’!...

También me dijo aquel sacerdote –entre otras cosillas– que no nos quejáramos, que hoy en día estábamos los militares ’como nunca de bien’ (según su expresión). Ante esto, no pude contener una sonora carcajada, invitándole a que viniese al día siguiente a mi destino a conocer de cerca la situación; y aconsejándole de paso, que profundizase en este tema antes de hablar de él, porque se ve a la legua que sufre una absoluta desinformación, ¡que vive en otro planeta, vamos!

Señor sacerdote (y Vd. sí que sabe a quién me dirijo), por favor: dedíquese a predicar la palabra de Dios y el Evangelio, que es para escuchar esto para lo que acudimos a misa los creyentes. Y déjese de ‘originalidades’, de inexactitudes, de ‘politiqueos’ y… de arrimar su ascua a la ‘sardina’ que más se lleva hoy, que más de moda está…

urante la homilía, escuchaba yo el otro día en una iglesia de Cartagena, entre incrédulo y sorprendido, a un joven sacerdote en una muy sutil –y en mi opinión, distorsionada, parcial e inexacta– exposición de hechos clarísimamente antimilitaristas. Y pensé, ‘Caramba, ¡es el colmo! ¡También desde el clero, en las iglesias, nos atizan!... ¿Solo nos faltaba esto en la actual campaña de desprestigio orquestada contra los militares!’… Yo estaba allí, con mi mujer y mis cuatro hijas… Y me dolió aquello; me sentí ofendido,  mo-

(Es de justicia reseñar, que este joven sacerdote al que me he referido, representa solo una excepción dentro del clero. Aunque esta ‘excepción’ –¿vanguardista?–, nos tenga a propios y extraños perplejos, atónitos, recelosos y… desorientados; precisamente por eso: por lo insólito. También es insólito –y debo confesarlo así, con absoluta sinceridad–, que yo pronuncie o escriba una sola palabra criticando a un sacerdote ¡Quede constancia!).

Notas del autor.-

1ª.- Este artículito, todo lo que antecede, se publicó hace unos años en el periódico de más tirada y de más prestigio de la región de Murcia. Y tuvo un eco formidable; fueron muchas las personas que me llamaron por teléfono o me pararon por la calle, para solidarizarse conmigo (o con mi escrito), para mostrarme su reconocimiento y ofrecerme su ayuda. (Hay que recordar, que Cartagena es, y lo era ya entonces, Departamento Marítimo).

2ª.- Ya sabemos, que la ‘mili’, está abolida actualmente en España. Pero estas frases que aquí se vierten, creo que pudieran servir quizás –¡ojalá!– de ‘clarificación’, de acicate y de estímulo a las chicas y chicos que, con ilusión, se alistan o se integran hoy día en nuestras muy queridas Fuerzas Armadas. Y

3ª.- Después de este pequeño ‘incidente’ –ni buscado, ni querido por mí–, no volví a ver al sacerdote en cuestión durante bastantes años. Pero, en la primera ocasión que tuve, me acerqué a él para limar asperezas, acercar posturas y, esto sobre todo, ¡hacer las paces! Y sellamos esta paz, con un fuerte apretón de manos. ¡Como debe ser!