Acuden hoy a mi mente, acontecimientos ocurridos
en los últimos meses. Y entre algunos de ellos, pretendo
hilvanar unas ‘conexiones’; algo que –en mi modesta
opinión– firmemente los relaciona y de los cuales
podríamos extraer conclusiones con evidencia de
certeza, pero a la vez…, ¡deprimentes y descorazonadoras!
Y hay tres noticias-base, en las que incidiré.
Y
RAFAEL ILD. PÉREZ-CUADRADO DE GUZMÁN
CORONEL MÉDICO DE LA ARMADA
El ‘olvidado’
a todos lo sabemos: las economías mundiales se
han ‘despeñado’ de repente, vertiginosamente, sin
que ni siquiera los expertos sepan qué nos ha arrastrado
a este cataclismo. Y hay una tremenda crisis
económica, que afecta a nivel mundial a multitud
de países.
Últimamente, las noticias de ‘primera página’ en
‘los medios’ –como se dice ahora (ya saben: televisión, radio, prensa, etc.)–, giran siempre en torno
a lo mismo; y así, no se habla casi de otra cosa más
que de términos económicos, confusos casi siempre,
o incluso ininteligibles para la inmensa mayoría
de los ‘españolitos de a pie’; y de cifras y más
cifras…Que si España ha colocado en el 'mercado
de deuda' bonos del Tesoro por 4.000 millones de €
a 10 años y a un 6'32% de interés; que si las agencias
de 'rating' o de ‘evaluación de riesgo’ –Moody’s,
Standard&Poor's o Fitcht–, han califi-
valor de la vida
cado a España con 420 puntos básicos, al borde ya del ‘bono basura’ (que mandaría al país a
hacer gárgaras, casi); que si la Bolsa
española ha caído un 3'27% debido a
las 'turbulencias' y a la ‘volatilidad’ de
los mercados; que si la ‘deuda soberana’
de España alcanza ya los
272.806 millones de €, lo que equivale
al 65’2 % del PIB, etc. Y solo se
habla de dinero y…, ¡de dinero! Estamos
obsesionados con el dinero, y no
sabemos ya pensar en otra cosa.
Aunque, de vez en cuando, salimos de esta rutina y,
en otro frente de noticias, muy desafortunadamente,
nos hielan la sangre actos de inconcebible
salvajismo o de locura, de fanatismo…, como el
ocurrido en Oslo, en la isla de Utoya, en
la pacifista y tolerante Noruega, en donde un solo individuo ha asesinado a sangre fría a cerca de 80 personas indefensas; o el de ese ’niño-sicario’ que en México, con tan solo 14 años de edad, ha dego-
llado ‘por encargo’ de los ‘narcos’ a cuatro personas… O comprobamos a diario en países como Egipto, Túnez, Libia, Siria, Yemen…, el desconten- to, las manifestaciones, las revueltas populares…, ante los gobiernos dicta- toriales, reclamando más igualdad social, mejor reparto de la riqueza, más justicia, etc.; y nos estremece, el ensañamiento de las tropas guberna- mentales de turno, acribillando a ba- lazos a los insurgentes y, muy desgra- ciadamente, a otros cientos de perso- nas –niños, mujeres y ancianos–, que poco o nada tienen que ver con el conflicto, pero que en esa vorágine se ven atrapados por la inhumana y frenética locura que es la guerra.
Y mientras, en el denominado ‘cuerno de África’,
en países como Somalia, Kenia, Etiopía o Yibuti,
en donde la terrible sequía dura ya muchos meses
y han muerto por falta de pastos y de agua todos
los animales –que proporcionaban leche y carne–,
y se han perdido las necesarias cosechas, millones
de personas, en su mayoría niños pequeños y recién
nacidos, en su dramática lucha contra el hambre
y la sed –y habría que añadir la falta de higiene
y de sanidad, y los eternos problemas de educación,
vivienda, infraestructuras, etc.–, están al límite de
su ya muy menguada resistencia y de su aún mas humenguada
esperanza. Y si no se actúa ¡ya! –alerta
Ban ki-Moon–, ¡millones de niños!, pueden morir
en las próximas semanas ¡Dantesco!, ¿no?... Pero
esto, a día de hoy –16 de Agosto, cuando escribo
estas letras–, con su apremiante, angustiosa y colosal
gravedad, no suele aparecer en los ‘telediarios’
ni en las primeras páginas de los periódicos…
Parece,
Se habla mucho de dinero y de la crisis económica
en los países 'civili- zados' (La sempiterna y
dramática situación de los países pobres –de África
principalmente–, parece que- dar en un muy segundo
plano, por- que no es noticia. No interesa).Yse habla
mucho del devenir político en Libia, Siria, etc.;
pero, ¿y de los cientos, de los miles de muertos,
oca- sionados en esas salvajes repre- siones?... Sí, ¡qué
poquito se habla –al menos con la misma vehemencia,
con el mismo énfasis y rigor, y con idéntica
pasión–, de lo más digno e importante, de lo más
maravilloso que hay en el mundo: ¡la vida huma-
como un tema…, de menor entidad e interés; y parece también, no conmover en demasía al resto del mundo. Aunque, ¿acaso puede haber tragedia o crisis mayor y más sobrecogedora que la de esta hambruna que está afectando a millones de seres humanos, de hermanos nuestros?...
Es increíble todo ello. Y es escandaloso. Y es ¡inadmisible!
Y debería llenarnos a todos de consternación;
y de vergüenza; y…, en mayor o menor
grado, de sentimientos de culpabilidad.
Y sí, tienen que ver estas noticias, porque, una vez
más: a) demuestran la inoperancia –a veces- o la
desesperante parsimonia en reaccionar y ¡en actuar!,
de instituciones internacionales como el FMI
o el BCE, la UE, la ONU, la OCI (Organización de
la Conferencia Islámica), la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura), etc.; b) porque
indican, lo injusta y tremendamente mal repartida
que está la riqueza en el mundo; c) y porque,
sobre todo, expresan cómo para muchísimas personas,
la vida –la de los demás, claro– es casi despreciable,
no tiene absolutamente ningún valor,
es…, ¡nada!
na!...
Y si despreciamos la vida, es que también
estamos olvidándonos de Dios, que la creó.
¿Aprenderemos alguna vez a valorar la grandeza,
la magnitud y la trascendencia de la dignidad humana?... ¿Acontemplar la vida de cada persona con
el inmenso respeto que merece, como algo maravilloso
e intocable, como una auténtica joya, como lo
que es: ¡un sagrado don de Dios!?...
Y es que ocurre, claro, que todo esto es…, algo más,
¡bastante más! que una simple crisis económica. Es
una evidentísima crisis de formación o educacional; y
es una incuestionable crisis de valores éticos, sociales,
morales, y espirituales o religiosos.
Importa sí, y da pánico además –para algunos–, perder
el ‘tesoro’ del dinero y del poder; pero importa
muy muy poco la vida de los demás. Y…, tal vez importa
aún menos –o eso parece– perder la mayor bienaventuranza,
la mejor dicha que existe, el auténtico y
único tesoro…Sí, apenas importa, ¡perder a Dios!