Rafael García Santos
Catedrático de Filosofía y Doctor en Filología
La IRTUD del
n cuanto a la valentía, y al lugar que ocupa en el Estado,
por cuya causa el Estado debe ser llamado valiente,
no es muy difícil percibirla. Se dirá que un
Estado es cobarde o valiente, después de haber contemplado
aquella parte que combate y marcha a la guerra
por su causa. Aunque los demás ciudadanos sean
cobardes o valientes, no importa, no depende de ellos
que el Estado posea esta virtud. Un Estado es valiente
gracias a una parte de sí mismo, los militares.
De la virtud se afirma que puede enseñarse y en esto
no debe haber duda, pero hay algo que no se explica
bien. Decía Protágoras en su discurso que Zeus envió
a los hombres la justicia y el sentido moral, y luego en
sus palabras se aludía repetidamente a la justicia, la
sensatez, la piedad, como si en conjunto formaran una
sola unidad: la virtud. Hay, pues, que detallar si la virtud
es una cierta unidad y si son partes de ella la justicia,
la sensatez y la piedad, o éstas son todos
nombres de algo idéntico que es único.
Protágoras sostiene que, de la virtud que es única,
son partes éstas que se mencionan. ¿Acaso partes,
como son las partes del rostro: la boca, la nariz, los
ojos y las orejas? ¿O son como las porciones del oro
que en nada se diferencian entre sí y del todo, sino por
su grandeza y pequeñez? Se parecen las partes de la
virtud a las partes del rostro. ¿Acaso también participan
los hombres de esas partes de la virtud, los unos
de una, los otros de otra, o es necesario, que si uno
posee la virtud las tenga todas? De ningún modo, ya
que muchos son valientes, pero injustos; o justos, pero
no sabios. Con que son partes de la virtud la sabiduría
y la valentía. Y las más ciertas de todas. Precisamente,
la principal de las partes es la sabiduría
(intelectualismo socrático).
Si cada una es distinta de la otra, entonces tiene también
cada una de ellas su facultad propia, como las partes
del rostro. No es el ojo como los oídos, ni la facultad
suya, la misma. Tampoco de las demás partes
ninguna es como la otra, ni en cuanto a su facultad ni
en otros respectos. Acaso, así tampoco, las partes de la
virtud no son la una como la otra, ni en sí ni en su facultad.
Entonces ninguna otra de las partes de la virtud
es como la ciencia, ni como la justicia ni como el valor,
ni como la sensatez ni como la piedad.
Por consiguiente, si se afirma que no es una parte
como otra entre las de la virtud, puede uno preguntarse:
¿Y la piedad es algo no justo, sino injusto; y lo
justo, impío? Sócrates, sin embargo, cree que lo
mismo es la justicia que la piedad. Pero dejemos esta
cuestión y examinemos la sensatez.
Hay algo que llamamos insensatez y lo contrario a
eso es la sabiduría. Cuando los seres humanos obran
con rectitud y debidamente, obran con sensatez y por
la sensatez son sensatos. Por consiguiente, los que no
obran con rectitud, obran insensatamente y no son
sensatos al obrar así. Hay que reconocer que es lo contrario
el obrar insensatamente del obrar sensatamente.
Por consiguiente hay que reconocer también que las
cosas que se hacen insensatamente se hacen con insensatez
y las sensatas, con sensatez.
Existe algo hermoso y no existe algo contrario a
ello, a excepción de lo feo. Existe algo bueno y no
existe algo contrario a ello, a excepción de lo malo.
Pero lo hermoso y lo bueno solo tienen un contrario
lo feo y lo malo. Cabe decir que para cada cosa hay un
solo contrario y no muchos.
Hemos reconocido que se hace de modo contrario a
lo que se hace sensatamente lo que se hace insensatamente.
Y que lo que se hace sensatamente se hace a
efectos de la sensatez y lo insensato, por la insensatez.
Y lo que se hace al contrario, se hará a causa de su
contrario. Se hace lo uno por la sensatez y lo otro por
la insensatez, de modo contrario y desde luego a
efecto de cosas que son contrarias: la sensatez y la insensatez.
E
Anteriormente se había reconocido que lo contrario
a la insensatez era la sabiduría y que para cada cosa
había un solo contrario. Pero de estas dos proposiciones
hay que abandonar una: o la de que para cada cosa
hay solo un contrario, o aquella en que se afirmaba
que la sabiduría era distinta de la sensatez, y que cada
una por su lado eran partes de la virtud y diferentes
entre sí, desemejantes ellas mismas y sus facultades
como las partes del rostro. Estos dos enunciados son
excluyentes: aceptado uno de ellos, hay que rechazar
necesariamente el otro. Porque, ¿cómo van a acoplarse,
si es necesario que para cada cosa haya un solo
contrario y no más, y en cambio a la insensatez, que
es una sola cosa, ahora le aparecen dos contrarios la
sabiduría y la sensatez?
E
Se planteaba la cuestión de qué son la sabiduría, la
sensatez, el valor, la justicia y la piedad, si cinco nombres
para una sola cosa, o a cada uno de los nombres
subyace una esencia particular y cada objeto tiene su
propia facultad, que no es igual la una a la otra.
Cada uno de estos nombres no son sinónimos de los
otros nombres, sino que cada uno de ellos designa un
objeto propio, pero todos ellos son partes de la virtud;
y no como las partes del oro, que son idénticas unas a
las otras y al conjunto de que son partes, sino como la
parte del rostro, desemejantes tanto entre sí como del
conjunto de que son partes, y cada uno con una facultad,
que no es igual una a la otra, sino específica.
Protágoras afirma que todas esas son partes de la
virtud; cuatro de ellas, muy cercanas entre sí, pero la
quinta, el valor, difiere de todas las demás. Se encontrarán
hombres que son injustísimos, de lo más impío,
de lo más intemperante y muy ignorantes, pero extraordinariamente
valientes.
Sócrates - ¿En la guerra has visto alguna vez a un
hombre cobarde?
Calicles - Sí, lo he visto ¿Cómo no?
Sócrates - ¿Y qué? Al retirarse los enemigos,
¿quiénes te parece que se alegran más, los cobardes
o los valientes?
Calicles - Me parece que unos y otros se alegran
mucho; en todo caso, apenas hay diferencia.
Sócrates
- Así pues, ¿se alegran también los cobardes?
Calicles - Muchísimo.
Sócrates - Pero cuando se acercan los enemigos, ¿sufren
solamente los cobardes o también los valientes?
Calicles - Unos y otros.
Sócrates - ¿De igual modo?
Calicles - Más, quizá, los cobardes.
Sócrates - Y cuando se retiran los enemigos, ¿no se
alegran más?
Calicles - Tal vez.
Sócrates - ¿No es cierto, pues, que sufren y se alegran
los cobardes y los valientes de manera aproximada,
según afirmas, pero más lo cobardes que
los valientes?
Calicles - Sí.
Gorgias, 498 a y b
Examínese esto último. Los valientes son intrépidos.
Incluso audaces en cosas a que la mayoría teme
exponerse. Los buceadores son intrépidos, cuando se
sumergen en los pozos, porque son expertos y tienen
conocimientos. Del mismo modo son intrépidos en
combatir a caballo los que saben montar a caballo.
Cabe decir que los entendidos son más intrépidos que
los no entendidos y una vez que han aprendido más de
lo que eran ellos mismos antes de aprender.
Pero algunos que ignoraban todo eso eran muy intrépidos.
También esos intrépidos, ignorantes de los
peligros, son valientes, aunque resulta vicioso ese
valor y más bien parecen alocados que valientes. En
principio, los más sabios, ésos, eran los más intrépidos
y eran los más intrépidos por ser los más valientes. Y,
según este razonamiento, el valor sería sabiduría. Debe
quedar claro que todo valiente es intrépido, pero no
todo intrépido es valiente; sólo algunos intrépidos llegan
a ser valientes, mientras otros no. Los que a pesar
de conocer el riesgo son intrépidos estos son también
valientes, pero éste no es el caso del que, sin conocer
el riesgo, es alocadamente intrépido, éste no es valiente,
sino temerario. El valiente tiene valor y el atrevido
gusta de exhibirlo.
Se podría incluso, de proseguir de este modo, llegar a
pensar que la fuerza es sabiduría. Pues si empieza uno
a preguntarse si los fuertes son potentes, lo afirmaría. Y
luego, que si los que saben pelear son más potentes que
los que no saben, y ellos, una vez que han aprendido, más que ellos mismos antes de emprender, diría que sí.
Al recordar esto, sería fácil, usando tales testimonios,
decir que, según estas afirmaciones, la sabiduría era
fuerza (intelectualismo platónico).
Aunque no cabe decir que los potentes sean fuertes,
pero sí que los fuertes son potentes. Pues no son lo
mismo potencia y fuerza, sino que una, la potencia,
procede también del conocimiento así como de la locura
y el furor, la fuerza; en cambio, procede de la naturaleza
y buena nutrición del cuerpo. Así tampoco
ahora son lo mismo la intrepidez y el valor. De modo
que ocurre que los valientes serán intrépidos; pero
que, sin embargo, los intrépidos no son todos valientes.
Porque la intrepidez les viene a los hombres tanto
de su ciencia como de su locura y coraje, al igual que
la potencia; pero la valentía viene de la naturaleza y de
la buena crianza del alma.
Esta visión del valor como virtud obliga a distinguir,
por una parte, entre el valiente y el cobarde y, por otra,
entre el valiente y el temerario. Mientras el cobarde
avanza siempre a lo seguro, el valiente se enfrenta a lo
temible sabiendo que lo temible es temible, consciente
del peligro que lo acecha y así superarlo. El temerario,
sin embargo, sin sopesar el riesgo, se enfrenta ciegamente
al azar. El valiente y el temerario siempre son
ambos intrépidos; pero, al primero le viene la intrepidez
de la ciencia y al segundo de la locura. Sólo el coraje
acompañado de sensatez es valentía. Cualidad esta
de la valentía que es la primera de las cualidades humanas,
pues garantiza todas las demás.
ras y morteros transportados a lomo de
mulos, guiados por acemileros, de nuestros días.
Para Nicias, el valor y la valentía es un cierto saber
de lo temible y lo reconfortante. Esta vertiente intelectual
de Nicias aludiendo a Sócrates despierta la suspicacia
de Laques, quien antes había postulado que el
valor era una virtud del temperamento, una tanto al
margen de lo racional, cosa que ya había sido rechazada
por Sócrates (vid. “intelectualismo socrático”).
También será rechazada, tras la discusión, esta definición
de Nicias, puesto que parece convenir a la virtud
en general y no sólo al valor.
Permítaseme, breve y sucintamente, establecer la relación
entre “varón”, “virtud”, “valor” y “andreia”.
Todos estos términos tienen el mismo referente:
“viril”. Consúltese cualquier diccionario: “vir, viri”:
hombre, varón (como poseedor de cualidades viriles)
[opuesto a mujer] / marido / esposo; “virtus, -utis”:
conjunto de cualidades propias de la condición de
hombre / energía / valor, valentía, esfuerzo; “andreia”
(de “aner, andros”: hombre): hombría, valor, ánimo.
Consultado el diccionario, la mujer no tendría valor
ni virtud. No obstante, a veces, la cuestión nominal
de un término, el quid nominis es superada por el quid
rei, como es el caso de las heroínas Santa Juana de
Arco y Agustina de Aragón, que demostraron tanto o
más valor que el hombre. Por ello, a la cuestión de la
mujer y el ejército, que desarrollamos en nuestro libro
De la aristocracia militar a la tiranía en el “República”
de Platón, habría que dedicarle otro artículo
para su mejor comprensión.
Mas, peores consejeros que la locura son los estados
anímicos del miedo y el temor. El miedo, phobos, es la
agitación física o emoción ante un peligro presente y
el temor la aprehensión de un mal por venir. Hay que
estar bien preparados, mediante intenso entrena- mientos
tanto físicos como psíquicos, frente a estas debilidades.
Sobre todo, perdiendo el miedo al mayor de los
males humanos, el temor a la muerte, se pueden paliar
otras fobias y temores. Uno no llega a ser hombre hasta
que, como Aquiles, desdeña en cierto modo la muerte
y los peligros, temiendo mucho más vivir siendo cobarde
que morir. Ni siquiera se puede imaginar como
sería el mundo visto por los ojos de un valiente.
Los estrategos Nicias y Laques acuden a una exhibición
de hoplomachía, especie de esgrima o combate
con el armamento completo del hoplita, es decir, del
soldado de infantería pesada. Incluso algunos sofistas
enseñaban ese arte marcial, según se cuenta en el Eutidemo
271d. Ninguno de los dos generales, Nicias y
Laques, pudieron dar razón de esa virtud del valor por
la que se distingue la infantería ateniense del hoplita,
equivalente al soldado fusilero granadero y al infante
de ametrallado-
Un Estado es valiente gracias a
una parte de sí mismo, los militares
VALOR
VALOR