una palabra que asusta
una palabra que asusta
E
l cerebro humano, después de unos 700 millones de años de evolución, se diferencia fundamentalmente del de los animales –y en ello radica su supremacía sobre estos–, en la inteligencia y en la capacidad para razonar. Y ello se debe, a que nuestro neocórtex, es esencialmente muchísimo más complejo; y a que la cantidad de conexiones sinápticas, es significativamente mayor que en los animales. El cerebro, es la ‘computadora central’ del sistema nervioso; y controla absolutamente todas las actividades del cuerpo humano, desde los latidos del corazón, o el hecho de caminar, hasta los pensamientos más complejos o abstractos, etc.

La enfermedad de Alzheimer (en adelante EA), fue identificada y descrita como tal entidad nosológica en 1906, por los médicos Kraepeling y Alois Alzheimer. Y se ha definido como una ‘proteopatía neurodegenerativa’, que afecta especialmente las áreas del cerebro que controlan el pensamiento, la memoria y el lenguaje, y que se manifiesta –principalmente en personas mayores de 65 años–, como un deterioro intelectual y cognitivo no reversible, acompañado de trastornos conductuales. La ‘Organización Mundial de la Salud’, estimó que en 2005, la EA afectó a un 0’38 % de la población mundial, lo que supondría unos 28’6 millones de personas afectadas; y que esta cifra llegará en 2015 a un 0’44 %.
Alzheimer:
Alzheimer:
apatía; la indecisión… El progresivo deterioro cognitivo, manifestado por agnosia (que lleva, a no reconocer a los familiares y seres más cercanos y más queridos); afasia (frecuentes errores al expresarse; decir, p.e. armario, cuando se pretendía decir teléfono); apraxia (dificultad o torpeza en la ejecución de habituales funciones motoras básicas, como escribir, dibujar, vestirse, peinarse…); ecolalia (repetición monótona de palabras o frases); empobrecimiento del vocabulario, y lentitud o torpeza para expresarse etc. También, una notoria labilidad emocional (llantos o risas inapropiadas y/o a destiempo); pérdida del sentido espacio-temporal (no se sabe ni dónde se está, ni en qué día se vive); irritabilidad; etc. Y, con cierta frecuencia, graves e inesperados cambios o alteraciones conductuales: personas habitualmente pacíficas, que se comportan en ocasiones con inusitados malos modos o incluso con gran violencia o agresividad (no hay espacio en este mini-artículo, para detallar más minuciosamente la sintomatología, ni sus posteriores fases).
Se ignora la etiología de esta enfermedad, aunque se trabaja sobre varias hipótesis: a) el déficit del neurotransmisor acetilcolina; b) el acúmulo anómalo de proteínas beta-amiloideas y proteínas tau en el cerebro; c) mutaciones de algu- nos genes; y d) posibles trastornos metabólicos. Y se citan también, factores vasculares, familiares y/o hereditarios.

En una primera fase, lo más llamativo de la EA es la pérdida de la ‘memoria a corto plazo’, y la tendencia a ‘perderse’(por no saber orientarse en la ciudad, no recordar cómo se va al kiosco o cómo se vuelve a casa, etc.); la incapacidad para razonar; la inhabilidad para adquirir  nuevos  conocimientos;  la
gicas y psicológicas. Aunque, muy recientemente, el posible diagnóstico precoz, se basaría en la utilización de radiofármacos (que puedan mostrarnos imágenes directas de los depósitos beta-amiloideos en el cerebro); y también, en la búsqueda de amiloides beta o proteínas tau en el líquido cefalorraquídeo.

No parece haber medidas eficaces para prevenir o evitar la aparición de la EA, aunque ciertos hábitos y actividades intelectuales (p.e. jugar al ajedrez, completar crucigramas o ‘sudokus’, manejarse en informática), o trabajos que requieran gran habilidad manual y agilidad mental (como construir y/o ensamblar piezas o mecanismos dificultosos), así como un alto nivel de escolarización y de estudios, tener un carácter alegre, abierto y comunicativo, relacionarse socialmente, etc.; y también, una dieta mediterránea (frutas y vegetales, cereales, aceite de oliva, pescado, vino tinto…), y ciertas vitaminas (la B12, la C y el ácido fólico), y un ejercicio físico suficiente y cotidiano, podrían reducir el riesgo. Por el contrario, el sedentarismo y el desinterés por los propios ‘hobbys’ y por la vida misma; el ‘enclaustrarse’ voluntariamente en casa; el abandono del cuidado personal; las depresiones, el aislamiento…; así como la hipertensión, el tabaquismo, la drogadicción, la hipercolesterolemia, la diabetes…, supondrían un riesgo añadido para desarrollar la enfermedad.

Una vez establecida la EA, las AINE’s (antiinflamatorios no esteroideos, como la aspirina), y los potentes antioxidantes (como la vitamina E y otros), se cree que podrían retrasar o ralentizar la progresión de la enfermedad. El promedio estimado de vida, se cifra entre los 4 y 10 años; pero, puede llegar a los 20 ó más.

A día de hoy, no existe ningún tratamiento específico y eficaz. Se han utilizado fármacos anticolinesterásicos, así como la levodopa; todos, con muy escasos o nulos efectos. Últimamente, se investiga con la inyección intracraneal de células madre embrionarias; y los resultados –experimentados ya en humanos–, parecen positivos, y hacen concebir serias esperanzas.

En todo caso, serán siempre fundamentales los tratamientos paliativos; así como unas soberanas ‘dosis’ de paciencia, de exquisitos cuidados, de dedicación a tope y de ‘mimos’ y cariño sin límites. Y la filosofía ante un paciente de EA, sería esta: si no es posible ni curar ni calmar, entonces sedar y consolar, e intentar comunicarse. Y siempre, claro, rezar.

Recordemos que, algunos famosos, como Rita Hayworth, Ronald Reagan o Charlton Heston, han padecido esta grave enfermedad. Y al reconocerlo así ellos, han ayudado a la ciencia a investigar más; y han ayudado a otros pacientes, en su afán por lograr la curación de su mal.

Hay motivos para la esperanza. Confiemos en la ciencia ¡Y confiemos en Dios!
Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán
Coronel Médico de la Armada
El diagnóstico precoz y certero, es sumamente difícil de establecer, si no imposible. Las pruebas tales co- mo TAC (tomografía axial compu-terizada), RMN (resonancia mag-nética nuclear), TEP (resonancia por emisión de positrones), EEG (electroencefalograma), etc., así como las habituales analíticas (san- gre, orina, etc.), no son nunca reveladoras ni definitivas; y mas bien nos sirven para poder descar- tar otros posibles procesos cere- brales. Por lo cual, tendremos que basarnos –además de en la sinto- matología–, en posibles anteceden- tes familiares, en la historia clínica del paciente unida a su edad, así como en sus características neuroló-