abía pasado una difícil –y rara en mi– etapa de apatía,
de conformismo, de inacción…, como si yo
fuese un simple y cómodo espectador que contemplara
su entorno, pensando que poco o nada tenia
que ver él con la vida y con el mundo que le rodeaba…
Dubitativo, indeciso, atormentado por mis vanidades
vanas y mis absurdos egoísmos…, me sentía
como atenazado (“Yo sueño que estoy aquí, destas
prisiones cargado…”). Era la mía, una vida sencilla;
con el agobio, sí, de algunos problemillas –que a mí
se me hacían gigantescos– y ciertas inquietudes…;
pendiente siempre de mi familia –era muy feliz con
mi mujer y con mis hijas– y de mi trabajo… Pero a
mí, esa vida, se me antojaba como monótona; quizás
algo anodina; y en el plano espiritual, tal vez
vacía… (Yo diría que “plana”; algo así, como la
línea plana, isométrica, del trazado electrocardiográfico
de un corazón que “no va”).
Y me rebelaba continuamente. Veía que este no era el
camino; o…, no quería yo que fuese mi camino. Sentía
que… ¡me faltaba algo extraordinariamente importante!,
¿qué digo?..., algo ¡absolutamente imprescindible,
definitivo!...Y sabía por ello, que debía aspirar a
mucho más; que tenía que esforzarme y trabajar
mucho ¡muchísimo más!; responder con hechos y con
generosidad a esos ‘talentos’ que se me habían dado;
involucrarme, participar activamente en este mundo…
sin sentirme sólo “espectador”; que tenía que cambiar
de mentalidad y replantearme mi vida, sobre todo, desde una clara y decidida proyección hacia los demás, intentando así convertirme en una “herramienta” válida y útil. Necesitaba ¡ya! olvidar bastante de mi reciente pasado; a ser posible sin
“heridas” (“de la tortura, que no quede la sangre ni
la amargura”). Y emprender, con ilusión y con fe,
una nueva vida, más auténtica, de más altos ideales,
mas participativa, de más compromiso, más trascendente…;
y, con esta firme actitud, tratar de encontrar
lo que buscaba, ¡lo que estaba necesitando! Era
algo así como “Looking for Paradise” (esa canción
de moda: “Buscando el Paraíso”). Y estaba dispuestísimo
a ello. Sí, lo tenía muy muy claro: tenía que
responder al Amor, con ilusión, con esfuerzo, con sacrificio…,
con amor.
Con frecuencia, recordaba, aquella frase que
aprendí de joven, y que tanto –¡y tantas veces!– me
había hecho recapacitar, reflexionar: “no vueles
como un ave de corral, ¡cuando puedes subir como
las águilas!…”. Y una voz, dentro de mí, me repetía
con firmeza, con insistencia: aparta de ti tus dudas,
tus dilemas, tus temores, tus ansiedades…, porque
todos ellos son –decía el poeta– “como tenazas de
alacranes ponzoñosos”; que te intimidan, que te hieren
y te laceran, que te descentran, que te anulan…
¡Libérate de todo lo que está dañándote, procura
vivir serenamente, en paz con los demás y contigo
mismo, y ¡busca tu libertad!...
Y aquel venturoso día, sentí como una llamada interior,
armoniosa, dulce, clara y concisa, que me animaba
a luchar, a liberarme de “mis fantasmas”, a
ganar la batalla, ¡a avanzar! ¡a dejar mi vida en las
manos de Dios! (“¿Por qué, Señor, habiéndote ofendido
y habiendo de tus dones abusado, con ansiosa
impaciencia me has buscado, hasta hallarme y volverme
arrepentido…?”). Y esto fue ya el “detonante”;
porque, a partir de ese momento, solo una idea bullía en mi mente: ir en busca de aquello que
llenara de “contenido”, de ilusión y de verdad mi
existencia, mi espíritu, mi alma… Y, para ello, ¡tenía
que darme a los demás! Y tenía, esto sobre todo, que
encontrar de nuevo a Dios ¡Esta era la “receta” ideal!
¡la clave de todo!
Y un sereno atardecer, fresquito, con vientecillo
favorable y con el limpio cielo empezando a cuajarse
de estrellas, me dirigí a la playa… Y arbolé mi pequeña
embarcación Llevaba apenas provisiones, y
escasísimos pertrechos; pero, llevaba ¡tanta ilusión!...,
iba todo mi ser ¡tan lleno de esperanza y de
fe…! Y empujé mi barca con determinación, con
fuerza, con decisión, casi con rabia… Y me hice a la
mar. ¡Necesitaba hacer ese “viaje”! ¡Nada me detendría!
Necesitaba… ¡ir al encuentro de mi Señor!
Pero, al poco de iniciar mi singladura, súbitamente,
comenzaron a surgir serias complicaciones:
soplaba un viento que se hacía huracanado por momentos…;
la mar se encrespaba más y más, y las
enormes olas mostraban ya sus amenazadoras “fauces”…;
el cielo se cubría de negros nubarrones que
ocultaban las otrora rutilantes estrellas; y los incesantes
relámpagos, truenos y rayos, daban un aspecto
aún más tétrico a aquel sombrío escenario… Al cabo
de un tiempo, la situación se tornó ya realmente difícil
y muy peligrosa… El embate de las olas, amenazaba
con engullirnos a mí y a mi velero…; el agua
entraba por la borda a cántaros, y tenía que esforzarme
y multiplicarme achicando, para que no anegara
la bañera; y el velamen, zarandeado por el
fortísimo vendaval, se desgarraba en mil jirones…
¡Estábamos librando una auténtica batalla contra los
elementos! Pero mi barquito, aguantaba esas furias
desatadas….Y aunque por momentos mis fuerzas
flaqueaban, yo…, ¡yo no podía echarme atrás! ¡tenía
que alcanzar mi objetivo, mi sueño! Si el huracán era
fortísimo…, ¡yo sería aún más fuerte que él! (“… tú
eras el huracán, y yo la alta roca que desafía su
poder”). Si todo me era adverso, ¡yo iba a vencer
todos los contratiempos! ¡Me iba en ello la
vida!...(Pero –pensaba–, parecía como si alguien estuviese
intentando por todos los medios posibles,
frustrar, echar a pique mi aventura, impidiendo que
lograse llevar a término mi “viaje”, alcanzando la
costa y la meta que había soñado…?).
Y al fin, después de muchas horas de desigual, tenaz
y denodada lucha, arribé a… “la otra orilla”. Hambrien-
H
Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán
Coronel Médico de la Armada
La otra orilla
H
La otra orilla
to, maltrecho, empapado, dolorido y extenuado, pero, eso sí, ¡lleno de optimismo! ¡animoso! ¡feliz! ¡enormemente fortalecido en mi empeño! Y una vez hube varado como pude mi “heroico” barquito, me apresuré a montar mi pequeña tienda de campaña; y encendí mi candil…; y me dispuse a descansar, a dormir.
Oí como un lejano rumor de voces que iban acercándose,
un murmullo que iba ‘in crescendo’… Y,
aún casi agotado y entumecido, desperté y me levanté.
La suave y cálida luz del recién estrenado día,
entraba por entre las rendijas de mi tienda y le daba
un aspecto casi mágico a la pequeña estancia… Abrí
la toldilla; el día, la meteorología, había cambiado
–¡asombroso!– radicalmente; la mañana era hermosísima...
El astro rey, apenas ‘asomaba’ por el horizonte,
majestuoso en su belleza; las pequeñas olas,
como jugueteando con el sol, estallaban en mil destellos
cuando rompían mansamente en la orilla de la
dorada playa de finísima arena; numerosas pequeñas
aves, con sus bulliciosos y alegres trinos, revoloteaban
sobre el sereno mar, disputándose ávidas
las pequeñas capturas de inadvertidos pececillos; el
cielo se ‘teñía’ de un precioso azul, intenso y transparente…;
y el aire era fresco, con ‘sabor’ a algas y a yodo –¡a salud!, pensé yo, recordando
mi juventud–, y era extraordinariamente
limpio y puro …, y lo
aspiré con fuerza, ¡para que llegara
hasta mis últimos y pequeños bronquiolos!
Y entonces, observé, sorprendido,
cómo un numeroso grupo de
personas se agrupaban en torno a
mí en actitud de total cordialidad…
Todas me daban la bienvenida, y
querían hablarme; todas, me sonreían,
y me abrazaban; y me traían
obsequios, alimentos… Y todas,
con gran sencillez y naturalidad,
me hablaban de sus ‘vivencias’, de
la amistad y de la alegría, de la
bondad, del compromiso y de la lealtad,
de la generosidad en la entrega,
de la maravilla de la gracia,
del valor de lo eterno…, de Dios,
¡de ese Dios que, precisamente, yo
había venido a buscar!..., y me invitaban
a quedarme… Y entonces
descubrí, comprendí, –¡qué sublime
sensación!–, que en realidad,
¡era Él, el Señor!, quien me hablaba…,
sí, a través de todas esas
criaturas, de esas personas…, a través
de sus gestos, de sus palabras,
de sus ademanes, de sus sonrisas,
de sus miradas… Muy pronto, ¡ya
era uno más entre ellos, ya me
había integrado!... Me sentí lleno
de paz y de alegría,
lleno de amor, lleno de
una inmensa felicidad…
Recordé aquella preciosa
frase de la Biblia:
“no debas nada a nadie,
más que amor”.
¡Es formidable!; porque
aquí, en esta “orilla”,
las gentes son
pacíficas y joviales, e
inspiran confianza; y no
hay rencores, ni enfrentamientos…
Por el contrario,
hay amistad, y
hay alegría, ilusión, optimismo,
ganas de trabajar
y de hacer bien las
cosas, enormes “dosis”
de fe, …; hay sincera humildad (“quien vive en divorcio
total de las vanidades, siente ¡que le
nacen alas!”), auténtico compañerismo,
fraternidad, hay paz y
amor… Aquí, todos somos hermanos;
y ninguno es más ‘importante’
que los otros; y nos comprendemos;
y nos queremos; y tratamos con
afán, cada instante, de ayudarnos,
de servirnos unos a otros… Aquí,
todo es nuevo y sencillo; y positivo;
y extraordinariamente bonito, limpio
y alentador…; y, “rezuma” por
todas partes, la firme esperanza en
el más allá. Todo lo hacemos por
Él; y todo lo referimos y lo ofrecemos
a Él…, aún los detalles más
aparentemente insignificantes, más
nimios. Y entre nosotros, ¡siempre
el Señor está presente! (Y es que:
‘Cuando dos o más se reúnen en
Mi nombre, Yo estoy siempre en
medio de ellos!’).
Ahora, de nuevo con mi mujer y
mis hijas conmigo (¡qué preciosa,
por cierto, aquella definición de esposa!:
‘una escalerilla de luz que
conduce hasta el Cielo’); ahora,
que ya podía vivir en paz, y soñar
e ilusionarme…, que me sentía de
nuevo enamorado de la vida…, y
¡libre! (“como el ave que escapó de
su prisión y puede al fin volar…”.
decía aquella muy bonita canción)… Ahora, que todo estaba de
mi parte –pensé–, si, tal vez ahora,
con la ayuda del Señor…, ¡podría
volar tan alto tan alto como las
águilas!
Aquí, he ahuyentado y olvidado
mis miedos, mis problemas, mis
manías, mis ansiedades, mi orgullo,
mis “heridas”…; he encauzado al
fin mi vida, y he encontrado la paz
y la felicidad que soñaba. Aquí
–¡eso sobre todo! ¡y qué importantísimo
es para mí!–, sé que puedo
ayudar, ser útil a los demás…; y
además, me siento querido; y seguro.
Es… ¡como vivir, “en otra dimensión”!
Y me siento, ¡como
nuevo! ¡como si fuese otra persona!
(“Toma mi vida, Señor…, ¡hazla de
nuevo!”). Y junto con mi familia,
entre estas sencillas, amables
y extraordinarias gen- tes con las que cami- no en la misma direc- ción, porque anhela- mos y buscamos la misma meta, entre estos hermanos…, a- quí, tan cerca de mi Señor, ¡me quedo pa- ra siempre! Sí, por- que
“sólo Tú, Señor, tienes palabras
de vi- da eterna”. Aquí he asentado
mi vida y he varado para siempre
mi barca… Sí, aquí …, ¡en “la otra
ori- lla”! “Y caminaré en la presencia
del Señor” “Y toda mi vida será
alegría y júbilo”.