Rafael Ild. Pérez-Cuadrado de Guzmán
Coronel Médico de la Armada
Al día

unque algunos son realmente escépticos respecto a todo esto, parece que nos estamos jugando –dicen, los que saben de estos temas–, nada menos que ¡el futuro! Pero, no el futuro de unos cientos o miles de personas, quizás de unos millones, sino, tal vez –si seguimos incidiendo en los mismos errores-, el futuro de todo un Planeta –el llamado, Tierra–, el futuro de toda una civilización, de toda una era, el futuro…, ¿tal vez de la humanidad? (Algo, que podría compararse –llegado el caso y salvando las distancias– a la desaparición de los dinosaurios, hace ya la friolera de unos 45 millones de años).

En realidad, podemos considerar que existe un ‘cambio climático’ natural –debido a cambios cíclicos en las condiciones atmosféricas, o a la variabilidad natural del clima-; y un ‘cambio climático’, producido esté por la actuación –irresponsable, añadiríamos– del ser humano. En la ‘Convención Marco’ de las Naciones Unidas, el término se utiliza exclusivamente para este segundo caso, al que ciertamente podríamos llamar ‘cambio climático antropogénico’. Y decir también, que se hace por primera vez un seguimiento de este fenómeno por parte de la AGNU (Asamblea General de las Naciones Unidas), en Septiembre de 1987, cuando se firmó el ‘Protocolo de Montreal’.

Tratando de simplificar y de sintetizar al máximo este tema, podríamos decir que el ‘cambio climático’, es la consecuencia del ‘calentamiento global’, tanto de la superficie de la Tierra como de la atmósfera más próxima o ‘cercana’ a ella. Y este calentamiento, se produce fundamentalmente, por dos factores: 1) por la acción de los rayos ultravioleta, debido al deterioro o ‘debilitamiento’ de la capa de ozono; y 2) por una mayor concentración de los GEI (‘gases de efecto invernadero’), ocasionado éste por el incremento, continuado, sistemático, masivo e incontrolado de los mismos.

La capa de ozono u ‘ozonosfera’ –que se mide por ‘unidades Dobson’–, fue descubierta y descrita por primera vez, en 1913, por los físicos franceses Charles Fabry y Henry Buisson; y comprende una zona situada entre los 15 y los 40 kms. dentro de la estratosfera. Contiene el 90% del ozono presente en la atmósfera, y gracias a ello, absorbe un 97-99 % de las radiaciones ultravioleta de alta frecuencia procedentes del sol; La ozonosfera, mediante una reacción fotoquímica –que resultaría muy prolijo detallar– iniciada durante el día por una fracción de fotones de los rayos UV y completada por la noche, mantiene intactas sus constantes. Pero, esto debe conseguirse en un perfecto equilibrio; y este equilibrio, se altera y se perturba ante la presencia masiva de moléculas de p.e. compuestos clorados (como los clorofluorocarbonos, o CFC), y compuestos bromurados.

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La ozonosfera –como ya se ha dicho–, actúa pues como un potente ‘filtro’, absorbiendo el 98% de los dañinos rayos UV. Pero, roto este equilibrio y por lo tanto alterada y empobrecida o debilitada la consistencia de la capa de ozono, ésta se hace ‘permeable’, permitiendo que los rayos UV libres ahora de ese ‘paraguas’ anti-ozono, lleguen a la superficie terrestre libres y mucho más activos y virulentos, produciendo ya, entre otros perniciosos efectos (p.e., cáncer de piel, cataratas, debilitamiento o supresión del sistema inmunitario, etc.), y debido a su muy potente poder calorífico, un notable ‘calentamiento global’.

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Al día
Los GEI, o ‘gases de efecto invernadero’, entre los que podríamos citar el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el hexafloruro de azufre, el óxido de nitrógeno y los clorofluorocarbonados (CFC), en circunstancias normales, tienen una acción especialmente beneficiosa y decisiva para la vida, ya que absorben parte –sólo una parte– de la energía que la Tierra refleja o emite, reenviándola o ‘devolviéndola’ a la superficie terrestre, impidiendo así el enfriamiento progresivo de esta, que haría del todo inviable o imposible la existencia de vida en la misma. Pero, en la era actual, estos mismos gases, emitidos sin control y en cantidades masivas –se estima en un millón de toneladas/año- por industrias, maquinaria de todo tipo, transporte urbanos y otros, automóviles, calefacciones, etc., con el uso intensivo y casi exclusivo de combustibles fósiles (carbón, petróleo, etc.), y sobre todo por el incesante y desmesurado aumento de la emisión de óxido de nitrógeno y de dióxido de carbono, el famoso CO2, y debido a esta anómala concentración en la troposfera, llegan a convertirse en ‘venenosos’ y dañinos. Dos mecanismos se conjugan para producir este daño: a) ‘devolverían’ a la superficie terrestre no ‘una parte’, sino una enorme cantidad de la energía que esta emite, aumentando notable y perniciosamente el ‘efecto invernadero’; y b) dañarían también la ozonosfera, especialmente los CFC, contribuyendo así conjunta y decisivamente, al ‘calentamiento global’ y, en definitiva, al ‘cambio climático antropogénico’.

Y así, debido a este excesivo calentamiento, la temperatura, tanto en la tierra como en los mares, podría –auguran los científicos- aumentar en varios grados en los próximos 40-45 años. Y esto, tendría efectos realmente devastadores: por una parte, la desertización de vastas zonas del planeta, que alteraría drásticamente la producción agrícola y otras, y que p.e., podría destruir hasta en un 60% la superficie de las selvas amazónicas, verdadero ‘pulmón de oxígeno’ del planeta (España, se apunta, podría ser de las zonas más afectadas, convirtiéndose así en un semi-desierto); por otra parte, supondría el deshielo de icebergs, de glaciares, de témpanos, de islotes de hielo…, en el Ártico, en Groenlandia, en Alaska, en la Antártida… –en la imagen, icebergs frente a los costas de Groenlandia–, hablándose incluso de la disminución o hasta de una posible desaparición (¡!) de la inmensa masa helada del casquete polar ártico; y todo ello, conllevaría un significativo y alarmante aumento del nivel de las aguas en mares y océanos, suficiente como para inundar y anegar enormes extensiones de litoral o de costa, con la más que posible desaparición de poblaciones y ciudades costeras situadas en deltas de ríos y zonas bajas o cerca de los mares y a pocos metros del nivel actual de estos (Venecia, p.e., prácticamente desaparecería, ‘engullida’ por las aguas); y por otra parte, este deshielo liberaría gran cantidad de vapor de agua, que a su vez incrementaría aún más el ‘efecto invernadero’. Y todo, en conjunto, alteraría y desestabilizaría variados y complejos ecosistemas vitales para la existencia de todo tipo de vida sobre la Tierra; y vendría acompañado además, de violentos fenómenos atmosféricos, meteorológicos y climatológicos, tales como: huracanes, lluvias torrenciales, olas de calor y de sequía, ‘tsunamis’, fríos extremos, terremotos…

La capa de ozono, a día de hoy, se encuentra ya seriamente dañada y debilitada, hablándose de ‘agujeros’ en ella. La amenaza para el planeta Tierra, es evidente y cierta; y se estima que, para que esta capa se estabilizase y se recuperase, y pudiese así cumplir de nuevo con su misión fundamental –actuar como ‘filtro’ ante los rayos UV–, habría que disminuir ¡ya! hasta cero el uso de los CFC –presentes, entre otros, en los refrigerantes industriales y en los propelentes (p.e., en lacas, ambientadores, desodorantes, insecticidas, etc.)–, así como los fungicidas de suelo (como el bromuro de metilo), ya que estos, destruyen la capa de ozono a un ritmo ¡50 veces superior! a los CFC.

Estudios de expertos científicos de diversos países, avisan y alertan de estos potencialmente tremendos desajustes y peligros, con sus más que probables catastróficas consecuencias. Pero, ‘los que mandan’, los gobernantes –al menos, algunos de ellos-, no se atreven a ‘mojarse’, parecen estar de ‘low travel’ (eso tan de moda ahora); o tal vez, prefieren ‘no enterarse’; o adoptan la cómoda ‘táctica del avestruz’. Y en definitiva, no se implican, y pasa el tiempo y ¡nadie hace nada! para frenar estas catástrofes que se avecinan y… ¡que estamos sufriendo ya!

En el año 1997, se firmó el llamado ‘Protocolo de Kyoto’, ratificado por 128 países de todo el mundo, en esa ciudad japonesa. Se pretendía con él, establecer como ‘premisas-base’ o como ‘acuerdo marco’, una serie de normas que, actuando muy pronto –entraría en vigor en el año 2005–, comenzarán a poner freno a la indiscriminada emisión de CO2 y de otros gases. El propósito era, desde luego, loable; y, sobre todo, era y es, extraordinariamente necesario. Pero, he aquí que, ¡oh, paradojas de la vida!, uno de los países más industrializados y más contaminantes del planeta Estados Unidos, él solo aporta la cuarta parte de las emisiones mundiales de CO2, se negó,  entre otros,  a suscribir dicho pro-

EL CAMBIO CLIMÁTICO
tocolo. Al igual que se negaron, en su día, Noruega y Japón, dos de los países que más ballenas cazan, a firmar el acuerdo mundial que restringía la abusiva captura de estos cetáceos-mamíferos, en peligro de extinción. De 250.000 ballenas azules censadas, sólo en la Antártida, se pasó, en unas décadas, a una población de tan solo 1.000 ballenas.

Siguiendo el ejemplo de Al Gore (exvicepresidente de EE.UU.), que va pregonando por todo el mundo la necesidad de tomar urgentes medidas, en Bali (Indonesia), se reunieron representantes de 160 países para intentar llegar a acuerdos globales que disminuyan radicalmente la emisión de ‘gases invernadero’, sin llegar a ningún acuerdo. Y en Septiembre de 2009, de nuevo, ahora en la Asamblea General de la ONU celebrada en Nueva York, vuelve a ‘tocarse’ el peliagudo y espinoso tema, sin que ni las dos grandes potencias actuales, EE.UU. y China, ni tampoco los países ‘emergentes’ (Brasil, India, Pakistán, Corea, etc.), lleguen a ningún acuerdo. Y se aplaza la última decisión, para Diciembre de 2009, esta vez en Copenhague (Dinamarca); sin que haya muchas esperanzas de llegar a unos acuerdos mínimos, que sirvan de base a un nuevo ‘protocolo’, y que den paso a la esperanza. Y mientras, el planeta Tierra, sigue calentándose y, literalmente, ‘derritiéndose’, con las consecuencias ya conocidas, ante el escepticismo de muchos y la indiferencia de casi todos. Esperemos que, de una vez por todas, el sentido común ‘gobierne a los gobernantes’ de todas las naciones, y se tomen medidas urgentes y efectivas, que ayuden a frenar o a minimizar este ‘cambio climático’ que, si no rectificamos a tiempo, será el desencadenante –nos anuncian los que saben– de tragedias y de dramáticas consecuencias para la vida, llegando tal vez a ¡la anunciada y temida hecatombe!

Dios, creó un mundo maravilloso: el planeta Tierra. Y nos lo entregó para que viviésemos en él; para que lo disfrutásemos; y también, para que lo cuidásemos y lo conservásemos. Y lo que estamos haciendo nosotros, los humanos, es lo contrario: ‘romperlo’, alterarlo, exprimirlo, saquearlo, destruirlo…

Se viene diciendo, que el gran pecado de esta época, es la indiferencia. Pues… ¡ojalá, no seamos también indiferentes ante estas calamidades y catástrofes que nos anuncian los científicos y que podrían suponer –¡Dios no lo quiera!– la muerte de cientos de miles de seres humanos! ¡Ojalá que, alguna vez, reinen la cordura y la sensatez!..., y la solidaridad (esa palabra o concepto que, parece, muchas personas no saben ni lo que significa). Pidámosle a Dios, para que ‘provea’ de estas cualidades –cordura, sensatez, inteligencia, visión de futuro, etc.– a nuestros políticos y gobernantes; a ellos, ¡que son los que –aunque parezca poco creíble– pueden estar decidiendo nada menos que el futuro del Planeta Tierra!
EL CAMBIO CLIMÁTICO