unque algunos son realmente escépticos respecto
a todo esto, parece que nos estamos jugando
–dicen, los que saben de estos temas–, nada
menos que ¡el futuro! Pero, no el futuro de unos
cientos o miles de personas, quizás de unos millones,
sino, tal vez –si seguimos incidiendo en los
mismos errores-, el futuro de todo un Planeta –el
llamado, Tierra–, el futuro de toda una civilización,
de toda una era, el futuro…, ¿tal vez de la
humanidad? (Algo, que podría compararse –llegado
el caso y salvando las distancias– a la desaparición
de los dinosaurios, hace ya la friolera de
unos 45 millones de años).
En realidad, podemos considerar que existe un
‘cambio climático’ natural –debido a cambios cíclicos
en las condiciones atmosféricas, o a la variabilidad
natural del clima-; y un ‘cambio
climático’, producido esté por la actuación –irresponsable,
añadiríamos– del ser humano. En la
‘Convención Marco’ de las Naciones Unidas, el
término se utiliza exclusivamente para este segundo
caso, al que ciertamente podríamos llamar
‘cambio climático antropogénico’. Y decir también,
que se hace por primera vez un seguimiento de este
fenómeno por parte de la AGNU (Asamblea General
de las Naciones Unidas), en Septiembre de
1987, cuando se firmó el ‘Protocolo de Montreal’.
Tratando de simplificar y de sintetizar al máximo
este tema, podríamos decir que el ‘cambio
climático’, es la consecuencia del ‘calentamiento
global’, tanto de la superficie de la Tierra como
de la atmósfera más próxima o ‘cercana’ a ella. Y este calentamiento, se produce fundamentalmente,
por dos factores: 1) por la acción de los rayos ultravioleta,
debido al deterioro o ‘debilitamiento’
de la capa de ozono; y 2) por una mayor concentración
de los GEI (‘gases de efecto invernadero’),
ocasionado éste por el incremento, continuado,
sistemático, masivo e incontrolado de los mismos.
La capa de ozono u ‘ozonosfera’ –que se mide
por ‘unidades Dobson’–, fue descubierta y descrita
por primera vez, en 1913, por los físicos
franceses Charles Fabry y Henry Buisson; y comprende
una zona situada entre los 15 y los 40 kms.
dentro de la estratosfera. Contiene el 90% del
ozono presente en la atmósfera, y gracias a ello,
absorbe un 97-99 % de las radiaciones ultravioleta
de alta frecuencia procedentes del sol; La ozonosfera,
mediante una reacción fotoquímica –que
resultaría muy prolijo detallar– iniciada durante
el día por una fracción de fotones de los rayos UV
y completada por la noche, mantiene intactas sus
constantes. Pero, esto debe conseguirse en un perfecto
equilibrio; y este equilibrio, se altera y se
perturba ante la presencia masiva de moléculas de
p.e. compuestos clorados (como los clorofluorocarbonos,
o CFC), y compuestos bromurados.
La ozonosfera –como ya se ha dicho–, actúa
pues como un potente ‘filtro’, absorbiendo el 98%
de los dañinos rayos UV. Pero, roto este equilibrio
y por lo tanto alterada y empobrecida o debilitada
la consistencia de la capa de ozono, ésta se hace
‘permeable’, permitiendo que los rayos UV libres
ahora de ese ‘paraguas’ anti-ozono, lleguen a la superficie terrestre libres y mucho más activos y
virulentos, produciendo ya, entre otros perniciosos
efectos (p.e., cáncer de piel, cataratas, debilitamiento
o supresión del sistema inmunitario,
etc.), y debido a su muy potente poder calorífico,
un notable ‘calentamiento global’.
Los GEI, o ‘gases de efecto invernadero’, entre los
que podríamos citar el vapor de agua, el dióxido de
carbono, el metano, el hexafloruro de azufre, el
óxido de nitrógeno y los clorofluorocarbonados
(CFC), en circunstancias normales, tienen una acción
especialmente beneficiosa y decisiva para la
vida, ya que absorben parte –sólo una parte– de
la energía que la Tierra refleja o emite, reenviándola
o ‘devolviéndola’ a la superficie terrestre, impidiendo
así el enfriamiento progresivo de esta,
que haría del todo inviable o imposible la existencia
de vida en la misma. Pero, en la era actual,
estos mismos gases, emitidos sin control y en cantidades
masivas –se estima en un millón de toneladas/año- por industrias, maquinaria de todo tipo,
transporte urbanos y otros, automóviles, calefacciones,
etc., con el uso intensivo y casi exclusivo
de combustibles fósiles (carbón, petróleo, etc.), y
sobre todo por el incesante y desmesurado aumento
de la emisión de óxido de nitrógeno y de
dióxido de carbono, el famoso CO2, y debido a
esta anómala concentración en la troposfera, llegan
a convertirse en ‘venenosos’ y dañinos. Dos
mecanismos se conjugan para producir este daño:
a) ‘devolverían’ a la superficie terrestre no ‘una
parte’, sino una enorme cantidad de la energía que
esta emite, aumentando notable y perniciosamente
el ‘efecto invernadero’; y b) dañarían también la
ozonosfera, especialmente los CFC, contribuyendo
así conjunta y decisivamente, al ‘calentamiento
global’ y, en definitiva, al ‘cambio
climático antropogénico’.
Y así, debido a este excesivo calentamiento,
la temperatura, tanto en la tierra
como en los mares, podría –auguran los
científicos- aumentar en varios grados en
los próximos 40-45 años. Y esto, tendría
efectos realmente devastadores: por una
parte, la desertización de vastas zonas del
planeta, que alteraría drásticamente la producción
agrícola y otras, y que p.e., podría
destruir hasta en un 60% la superficie de las
selvas amazónicas, verdadero ‘pulmón de
oxígeno’ del planeta (España, se apunta, podría
ser de las zonas más afectadas, convirtiéndose
así en un semi-desierto); por otra
parte, supondría el deshielo de icebergs, de
glaciares, de témpanos, de islotes de hielo…,
en el Ártico, en Groenlandia, en Alaska, en la Antártida…
–en la imagen, icebergs frente a los costas
de Groenlandia–, hablándose incluso de la
disminución o hasta de una posible desaparición
(¡!) de la inmensa masa helada del casquete polar
ártico; y todo ello, conllevaría un significativo y
alarmante aumento del nivel de las aguas en mares
y océanos, suficiente como para inundar y anegar
enormes extensiones de litoral o de costa, con la
más que posible desaparición de poblaciones y
ciudades costeras situadas en deltas de ríos y
zonas bajas o cerca de los mares y a pocos metros
del nivel actual de estos (Venecia, p.e., prácticamente
desaparecería, ‘engullida’ por las aguas); y
por otra parte, este deshielo liberaría gran cantidad
de vapor de agua, que a su vez incrementaría aún
más el ‘efecto invernadero’. Y todo, en conjunto,
alteraría y desestabilizaría variados y complejos
ecosistemas vitales para la existencia de todo tipo
de vida sobre la Tierra; y vendría acompañado además,
de violentos fenómenos atmosféricos, meteorológicos
y climatológicos, tales como:
huracanes, lluvias torrenciales, olas de calor y de
sequía, ‘tsunamis’, fríos extremos, terremotos…
La capa de ozono, a día de hoy, se encuentra ya
seriamente dañada y debilitada, hablándose de ‘agujeros’
en ella. La amenaza para el planeta Tierra, es
evidente y cierta; y se estima que, para que esta capa
se estabilizase y se recuperase, y pudiese así cumplir
de nuevo con su misión fundamental –actuar como
‘filtro’ ante los rayos UV–, habría que disminuir
¡ya! hasta cero el uso de los CFC –presentes, entre
otros, en los refrigerantes industriales y en los propelentes
(p.e., en lacas, ambientadores, desodorantes,
insecticidas, etc.)–, así como los fungicidas de
suelo (como el bromuro de metilo), ya que estos,
destruyen la capa de ozono a un ritmo ¡50 veces superior!
a los CFC.
Estudios de expertos científicos de diversos países,
avisan y alertan de estos potencialmente tremendos
desajustes y peligros, con sus más que
probables catastróficas consecuencias. Pero, ‘los
que mandan’, los gobernantes –al menos, algunos
de ellos-, no se atreven a ‘mojarse’, parecen estar
de ‘low travel’ (eso tan de moda ahora); o tal vez,
prefieren ‘no enterarse’; o adoptan la cómoda
‘táctica del avestruz’. Y en definitiva, no se implican,
y pasa el tiempo y ¡nadie hace nada! para
frenar estas catástrofes que se avecinan y… ¡que
estamos sufriendo ya!
tocolo. Al igual que se negaron, en su día, Noruega y Japón, dos de los países que más ballenas cazan, a firmar el acuerdo mundial que restringía la abusiva captura de estos cetáceos-mamíferos, en peligro de extinción. De 250.000 ballenas azules censadas, sólo en la Antártida, se pasó, en unas décadas, a una población de tan solo 1.000 ballenas.
Siguiendo el ejemplo de Al Gore (exvicepresidente
de EE.UU.), que va pregonando por todo el
mundo la necesidad de tomar urgentes medidas,
en Bali (Indonesia), se reunieron representantes
de 160 países para intentar
llegar a acuerdos globales que
disminuyan radicalmente la emisión
de ‘gases invernadero’, sin llegar a
ningún acuerdo. Y en Septiembre de
2009, de nuevo, ahora en la Asamblea
General de la ONU celebrada en
Nueva York, vuelve a ‘tocarse’ el peliagudo
y espinoso tema, sin que ni las
dos grandes potencias actuales,
EE.UU. y China, ni tampoco los países
‘emergentes’ (Brasil, India, Pakistán,
Corea, etc.), lleguen a ningún
acuerdo. Y se aplaza la última decisión,
para Diciembre de 2009, esta vez en Copenhague (Dinamarca); sin que haya muchas
esperanzas de llegar a unos acuerdos mínimos,
que sirvan de base a un nuevo ‘protocolo’, y
que den paso a la esperanza. Y mientras, el planeta
Tierra, sigue calentándose y, literalmente,
‘derritiéndose’, con las consecuencias ya conocidas,
ante el escepticismo de muchos y la indiferencia
de casi todos. Esperemos que, de una vez
por todas, el sentido común ‘gobierne a los gobernantes’
de todas las naciones, y se tomen medidas
urgentes y efectivas, que ayuden a frenar o
a minimizar este ‘cambio climático’ que, si no
rectificamos a tiempo, será el desencadenante
–nos anuncian los que saben– de tragedias y de
dramáticas consecuencias para la vida, llegando
tal vez a ¡la anunciada y temida hecatombe!
Dios, creó un mundo maravilloso: el planeta
Tierra. Y nos lo entregó para que viviésemos en
él; para que lo disfrutásemos; y también, para que
lo cuidásemos y lo conservásemos. Y lo que estamos
haciendo nosotros, los humanos, es lo contrario:
‘romperlo’, alterarlo, exprimirlo, saquearlo,
destruirlo…
Se viene diciendo, que el gran pecado de esta
época, es la indiferencia. Pues… ¡ojalá, no seamos
también indiferentes ante estas calamidades
y catástrofes que nos anuncian los científicos y
que podrían suponer –¡Dios no lo quiera!– la
muerte de cientos de miles de seres humanos!
¡Ojalá que, alguna vez, reinen la cordura y la sensatez!...,
y la solidaridad (esa palabra o concepto
que, parece, muchas personas no saben ni lo que
significa). Pidámosle a Dios, para que ‘provea’ de
estas cualidades –cordura, sensatez, inteligencia,
visión de futuro, etc.– a nuestros políticos y gobernantes;
a ellos, ¡que son los que –aunque parezca
poco creíble– pueden estar decidiendo nada
menos que el futuro del Planeta Tierra!