“EX SAHARAUI”
oy un militar retirado, que tuve la fortuna de haber
estado destinado en lo que fue el Sahara español,
entre el otoño de 1971 y el final de 1975, coincidiendo
con las mismas fechas que allí prestó su servicio
la única unidad militar de helicópteros que
haya existido en tierras desérticas, mi querida UHEL
II, cuyas vivencias y recuerdos llevaré siempre en
mi corazón. Porque si imborrables fueron las experiencias
humanas y profesionales de haber vivido en
aquellas tierras, como seguro también lo fueron para
cualquier otro militar de los muchos que por allí pasamos,
en el caso de mi unidad sus componentes tuvimos
la experiencia irrepetible de participar en su
creación, así como la de conocer todo el territorio
sin excepción durante aquellos cuatro años, no sólo
con nuestro entrenamiento específico sino en multitud
de misiones reales, de evacuación, transporte,
maniobras, y desde luego de combate contra las entonces
guerrillas del Frente Polisario. Pero junto a
estas excitantes experiencias, debo señalar también
otra más dramática, la forma y hechos que rodearon
la triste entrega de aquél territorio, esta vez ampliamente
compartida por todos cuanto allí coincidimos.
No pretendo, sin embargo, el relatar aquí aquellas
vivencias, sino tan sólo el apoyarme en ellas para
justificar mis discrepancias con numerosos juicios
periodísticos y políticos que circulan recientemente
sobre el Sahara, avivados sin duda tras el caso de
Aminatu Haidar, con la esperanza de contribuir a
opiniones más fundamentadas, aunque sólo sea con
la modesta aportación personal de dar a conocer la
historia que yo viví.
Debo empezar recordando que los saharauis, como
habitantes nativos del Sahara, eran un pueblo increíblemente
adaptado a la vida en el desierto, con una
cultura muy singular y diferente de la de sus vecinos
y aún más de la occidental. Eran una sociedad tribal,
fundamentalmente nómada, de religión musulmana,
aunque también tenía nuestra lengua como propia,
que se encontraban muy cómodos con España porque
les respetaba sus costumbres y les aseguraba su
supervivencia, incluyendo nuestra protección frente
a las tradicionales apetencias de sus vecinos. Incluso
eran la base de las unidades militares españolas de Tropas Nómadas y Policía Territorial, siendo siempre
admirados por su lealtad y austeridad por sus
mandos españoles.
Pero, desde el punto de vista internacional, los saharauis
fueron siempre una rareza política, por su escasa
población y ancestral forma de vida, que sólo
podía justificarse como colonia española. Incluso
cuando el gobierno español decidió en su día dar al
territorio la consideración de provincia, no sólo no
cambió aquella percepción sino que se reforzó al observar
que los nuevos cargos políticos que España
les fue concediendo, incluyendo la representación en
nuestras Cortes, ni cambiaron nada sus anteriores hábitos,
ni los designados utilizaron sus cargos para
otros fines que no fueran su propio provecho personal.
Marruecos fue siempre especialmente sensible a
aquella percepción, que tras aparecer la riqueza minera
de Bu Craa la transformó en una apetencia nacionalista
que ya no abandonaría. Comenzó entonces
su creación artificial de un “grupo independentista”,
financiado por ellos y desde territorio marroquí, que
no llegó a contar con mínima aceptación entre los
saharauis, a pesar de los sobornos y propaganda utilizados.
Tras Marruecos, apareció Argelia, en parte como
reacción a su rival marroquí, y en parte por posibles
beneficios futuros ante su posibilidad de abrirse al
Atlántico y de tener también su parte en la nueva riqueza
de los fosfatos. Pero la táctica argelina fue diferente
a la marroquí, como correspondía entonces a
un país de la órbita soviética. Creó también su grupo
independentista, el “Frente Popular para la Liberación
de Sahia El Hamra y Río de Oro” (POLISARIO
por sus siglas), como derivación de otro partido anterior
y también de ideología marxista, la cual “vendió”
a algunos jóvenes saharauis, a quienes formaba
en campamentos argelinos próximos a la frontera.
No importó a Argelia que la mayoría saharaui ni
fuera atraída por criterios independentistas y marxistas,
ni comulgase con procedimientos terroristas
tan alejados de la valentía y dignidad saharauis, pues
su objetivo fue sólo el crear grupos armados capaces
de infiltrarse fácilmente en el Sahara para realizar
atentados contra “la potencia colonial” e ir sembrando el terror y la coacción entre
la oposición nativa, sobrepasando así a
Marruecos en sus expectativas de relevo
e influencia en el territorio. Surgen así
las guerrillas del Polisario contra unidades
españolas, cada vez con mayor actividad.
Desde la ventaja que su- ponen los años
transcurridos, resulta sorprendente que
el gobierno español de entonces no valorase
adecuadamente la peligrosa situación,
pues aquellas presiones vecinas
deberían haber potenciado nuestra acción
diplomática internacional junto a la
di- suasoria militar en el propio territorio.
No sé si sería por debilidad o por menosprecio
de la situación, pero resul- taron
especialmente desenfo- cadas y
perjudiciales dos actitudes españolas.
En la Jaima del Chej el kebir
en Auserd
Una, la de no percibir la influencia marxista
del Polisario en el contexto Este-Oeste que primaba
entonces, lo que dio pie a que los EEUU se
inclinaran por su socio pro-occidental marroquí
frente a la de una socialista Argelia. La segunda, la
de caer nosotros en la falsa dialéctica colonia- independencia,
tan de moda entonces pero tan irreal entre
la población saharaui; así, se nos ocurrió también la
de inventarnos otro grupo ideológico, el PUNS, esta
vez pro-español y autonomista, como instrumento
que compensara los creados por Marruecos y Argelia,
que no sólo no tuvo ni consistencia ni viabilidad,
sino que terminó con el bochorno de la fuga de su
tesorero a Marruecos.
En este ambiente se produjeron en 1975 dos hechos
fundamentales y relacionados, que conducirían
a la entrega final. El primero, la enfermedad de
Franco, con un gobierno débil y sin su jefe, y presionado
además por algunos sectores sociales que intentaban
sacar ventaja política de la situación. El
segundo, la perspicacia de Hassan II al aprovecharse
hábilmente de la situación española, decidiendo entonces
apostar fuerte con nuevas medidas políticas,
internas y externas, su carta de la reivindicación del
Sahara. De nada valieron las débiles medidas españolas.
Primero fue el anuncio de celebrar un referéndum
de autodeterminación, que se venía
demorando desde hacía años, que finalmente no
llegó a celebrarse ante los imprevistos disturbios de
los propios saharauis. En el plano militar, la tardía e
improvisada decisión de reforzar militarmente el territorio
con unidades venidas de la Península, más
para justificación interna que por voluntad de emplearlas.
Después, llevar el caso al Tribunal de La
Haya, que aunque nos dio lógicamente la razón en cuanto a las pretensiones de Marruecos, sólo sirvió
para acelerar el planteamiento marroquí de organizar
su “Marcha Verde”.
Pero el hecho más doloroso e indignante para los
que allí estábamos, fue el conocimiento de un
acuerdo previo entre España y Marruecos para una
inmediata entrega del territorio, consintiendo que
unidades militares marroquíes cruzaran secretamente
la frontera, antes incluso de la “pantomima” de la
Marcha Verde, mientras que la atención de nuestra
sociedad, que desconocía lo que realmente estuvo
pasando, estaba sólo preocupada por lo que pudiera
pasar en la frontera, donde todo se desarrolló según
lo pactado, junto a declaraciones tan cobardes y faltas
de rigor como la pronunciada por un destacado
socialista en los medios de comunicación de que “El
Sahara no merecía una sola gota de sangre”. Muchos
de nosotros nos sentimos desde luego engañados y
traicionados por nuestras propias autoridades, y no
eran pocos los que pensamos inicialmente en dejar la
carrera, o la más extrema de quienes pensaron en
unirse al Polisario, en correspondencia con su lógico
gesto de manifestar a nuestras autoridades locales
que estaban dispuestos a luchar con nosotros en contra
de su enemigo marroquí. Igualmente doloroso y
vergonzante fue presenciar después la petición a
nuestros soldados saharauis de que entregasen su armamento,
lo que hicieron con lágrimas en los ojos,
para dar paso a una nueva policía integrada por marroquíes
que ocupó inmediatamente “nuestro” anterior
acuartelamiento. Todo esto resultó lógicamente
amargo y decepcionante para todos cuantos allí estábamos,
que sólo quisimos ya el salir cuanto antes
sin necesidad también de presenciar el arriado definitivo de nuestra bandera, como contemplaba el
“Acuerdo tripartito de Madrid”.
En apenas tres meses habíamos destruido sin pestañear casi un siglo de nuestra historia en el Sahara; abandonamos a su suerte a la única población magrebí que compartía con España su futuro y nuestra lengua; y fuimos el único caso en la historia en que una administración colonial cedió la misma, no a sus habitantes sino a otra potencia diferente y enemiga de su población. ¡Qué triste récord! No es de extrañar que, el mismo día en que España arrió su bandera, el 28 de febrero de 1976, el Frente Polisario declarase el nacimiento de la nueva República Arabe Saharaui Democrática (RASD), fundiéndose con los demás saharauis en una lucha armada contra la ocupación mauritana (que pronto renunció) y la marroquí, cuyas
Año 1959
Costa de la Muerte
(Villa Cisneros) 1962.
Fiesta Nacional.
luchas desiguales han resultado hasta
ahora estériles y han conducido a la actual situación.
Y qué ironía, que precisamente quienes, con su deslealtad
y ceguera contra su propio pueblo tanto contribuyeron
a su desgracia –el Frente Polisario– sean
hoy sus principales interlo- cutores.
Pero nuestra obligación individual y colectiva es
siempre el mirar con esperanza hacia delante sin detenernos
en el pasado, al que nunca se puede regresar,
y menos para lamentarnos por lo que hicimos
mal o para pretender cambiar su rea- lidad, sino el
aprender de nuestros errores para no repetirlos en el
futuro. Por ello, me indigno cuando escucho ahora
pronunciar indistinta- mente los calificativos de saharaui
y el de polisario, sin recordar su verdadero origen
y matizar por tanto a quien nos estamos
refi- riendo. Cuando leo que se califica de lógica toda
descolonización, ignorando que no fue eso lo que
nosotros hicimos. Cuando observo que los partidos
de izquierda quieren recoger ahora la bandera de la
causa saharaui, la misma que entonces fueron los primeros
en denostar, mientras que simultáneamente
hacen gala de una forzada amistad con sus actuales
opresores marroquíes. O cuando oigo a algunos políticos,
tanto de izquierdas como de derechas, el defen- der
que cualquier solución ha de pasar por la
celebración de un referéndum de autodetermi- nación,
el mismo que nosotros ni quisimos o pudimos cumplir,
y que no sé si lo dicen por la moda de “lo políticamente
correcto” o por con- vicción, olvidando en
cualquier caso que no sólo contará siempre con la
oposición o mani- pulación marroquí, sino que su infantil
apoyo ni creo fuera ninguna solución ni su hipotético
triunfo favorecería a España. Y junto a estas
discrepancias, quiero sin embargo mostrar tam- bién
mi satisfacción por ese espíritu solidario que sí se
observa en numerosos españoles, más allá de sus
ideas políticas, al tratar de ayudar personalmente a
muchos saharauis, sea en atención sanitaria o alimenticia
en sus campa- mentos, sea recibiendo en sus
casas a niños que conocen por cierto tiempo la alegría
de vivir en una familia, sea por cualquier otro
medio, lo que constituye al menos una muestra de
no querer romper definitivamente nuestros lazos con
aquella “ex española” población.
Miguel Campins Rahan
General de Infantería