noche, ya casi dormido, desperté de nuevo ¡Y de
qué manera!
Tenía encendida la radio; y pude escuchar lo siguiente:
“en almacenes..., rebajamos para Vd. la Navidad
¡a la mitad de precio!”. Me incorporé algo, y
agité la cabeza levemente como preguntándome:
‘pero, ¿es cierto lo que he oído?…
¡Caramba! Yo había creído siempre que la Navidad
–en la imagen, un precioso ‘christmas’ de Ferrándiz–,
era algo así como una enorme expectación;
una evocación y una alegría inmensas; una anhelante
espera ilusionada; un entrañable e íntimo acontecimiento
para cada cristiano...; ¡un asombro sin límites!
Ante algo inaudito, irrepetible, que va a suceder:
nada menos que, Jesús, el hijo de María y de José, el
Hijo de Dios, va a nacer; y va a hacerse presente al
Mundo, ¡en toda su Majestad! Es, el único Rey del
Universo. Y llega hasta nosotros, ¡para salvarnos!
Pero, todo ello, el sentido de la Navidad, naturalmente
no es negociable, no es ‘evaluable’, no es almacenable,
no es comerciable, no es de ‘compra y
venta’, no es transaccionable..., ¡no se vende en unos
grandes almacenes ni en un ‘todo a 100’, ni se puede
rebajar a mitad de precio!... No; es algo, infinitamente
más grandioso, más revelador, más maravilloso,
más trascendente…
Y es que, hemos llegado a un punto en esta insensible,
ambigua, indiferente e irrelevante –en
muchos casos– sociedad española en la que vivimos,
en que la Navidad..., sí, llena las calles de figuras
de Papá Noel o de Santa Klaus y de
cuantiosos y llamativos anuncios luminosos; y
llena los escaparates de luces y de colores; de juguetes
y de rimbombantes regalos… Y parece que
llena todo, que inunda todo, de alegría, de felicitaciones,
de frases altisonantes –¡ay, y tantas veces
absolutamente huecas!–, de abundante y cara comida,
de ‘cava’, de ‘christmas’ (en los que, por
cierto, es una especie de milagro que ‘aparezca’ el
único protagonista: el Niño Jesús; al que podríamos
llamar por ello, ‘el gran ausente’)... Pero,
junto a tanta aparente fiesta, y tanta algarabía y
tanta locura, se nota muchas veces, como una falta
de concienciación, como una falta de significado,
¡como un vacío tremendo!... Y uno, llega a pensar:
‘pero, ¿qué es lo que celebra la gente, lo que celebran
muchos?’…
Por supuesto que, hay que respetar –y respetar
¡al máximo!– tanto a los no creyentes, como a los
agnósticos, como a los que profesan otras religiones
(mahometanos, budistas, etc). Pero realmente,
yo voy pensando que, muchísimas personas, ni saben lo que representa la Navidad..., ni les importa
un rábano. Y bueno, si en la Navidad no se celebra
el nacimiento del Niño-Dios, que es la ‘preciosa
esencia’ de estas fechas, habrá que preguntarse:
¿qué es lo que se celebra entonces?... ¿Son sólo unas
sencillas fiestas... como si fuesen las fiestas del pueblo?...
¿Son sólo unos días de asueto (¡que a todos
nos vienen muy bien!, por cierto)?... ¿Son tan sólo
unas fechas aptas para ‘cambiar el chip’, olvidarse
un poco del trabajo y de todo, reunirse con la familia,
regalarse muchas cosas y bailar, comer y beber
mucho?...
Para colmo de todo ello, leo en la prensa que, en
Cataluña concretamente, se ha llegado a pensar –posiblemente,
y esperemos que sea así, sólo por algunos
grupos políticos; muy ‘originales’, eso sí– en
cambiar las muy tradicionales, preciosas y entrañables
fiestas de Navidad, por… ‘La fiesta del Invierno’,
se supone que de características absolutamente paganas
(Algo así –pero de matiz opuesto– a ‘Las Fiestas
de la Primavera’ en los países escandinavos y nórdicos
en general –Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia,
etc.– en los que, hartos de frío de lluvia y de
nieve, celebran de esta manera la llegada de la ansiada
Primavera que les trae el regalo impagable de
más ‘raciones’ de cielo azul, de sol y de calorcito.
Estas, son unas fiestas lógicas –en aquellas latitudes–
y simpáticas; pero, ¿’de qué va’ la Fiesta del
Invierno en Cataluña?...). Es decir, que: por si no
fuese poco todo lo ya ‘orquestado’ en contra de la
Iglesia Católica por parte del Gobierno, ahora Cataluña
–que aunque muchos no lo sientan ni lo quieran
ni lo admitan, sigue siendo España– va más allá,
se siente más innovadora, más ‘audaz’ y más beligerante
–y pensarán muchos que más moderna y
más ‘progre’, claro– y propone e intenta la sutil y
hábil maniobra de excluir a Dios de nuestras vidas,
de despojarnos por decreto de todo aquello que llevamos
en lo mas profundo e íntimo de nuestro ser
como algo inalienable, de todo aquello en lo que
creemos firmemente desde siempre y que es la base
y la razón de ser de nuestras vidas… De todo aquello
que es, ni más ni menos, que la verdad. Pues
bien, que celebren por todo lo alto ‘La fiesta del Invierno’
si así lo desean, y que se diviertan muchísimo;
pero, que ello no suponga o implique
necesariamente la supresión de las fiestas de Navidad.
Hoy, leo también en la prensa (concretamente, en
‘La Razón’): sólo en el año 2008, ¡115.800 abortos
en España! (Un 76% más que hace una década). Un
aborto, o dicho de una manera más cruda: una pena
de muerte, cada 4 minutos y medio. Realmente,
¡dramático! ¡Increíble! Con la novedad añadida
ahora, según las últimas ‘disposiciones’ del
Gobierno y a pesar del rechazo multitudinario,
clamoroso y unánime de la sociedad española,
de que las chiquillas de 16 años podrán abortar
–gracias a aquella señora que afirma (¡!) que el
feto ‘es un ser vivo pero no humano’– sin el
consentimiento de sus padres y sin siquiera el
conocimiento por parte de estos de lo que va a
hacer la niña o la jovencita. Claro que, en adelante,
es posible que se produzcan menos abortos,
‘gracias’ o debido a la libre dispensación
–¡qué barbaridad!– de la ‘píldora del día después’;
píldora que, por cierto, es muy posible
que muchas chicas a partir de ahora utilicen
–indebidamente, equivocadamente, por supuesto–
como método (¡uno más!) anticonceptivo.
En definitiva se trata…, ¡de que no haya
niños!; o de que haya poquitos. Y el ‘índice de
natalidad’ en España, ¡despeñándose, claro!
En estas breves líneas, sólo he querido citar
dos sencillos ejemplos. Pero creo que son demostrativos
de que algo está cambiando en esta
España, no cabe duda. O, ¿no sería más lógico,
mas propio y más real decir que ¡muchísimo!,
se está resquebrajando, se está desmoronando,
se está destruyendo, se está perdiendo tal vez
para siempre en nuestra muy querida España?...
¿Que ¡muchísimo! está de-sa-pa-re-cien-do de
la escena española, tal vez para siempre?...
Claro que, a esta peligrosa deriva que llevamos,
a esta ‘huida hacia adelante’, a esta increíble
confusión y muy notoria ‘vaciedad’, a esta tremenda,
desaforada y loca permisividad, a esta
deshumanización, a esta eliminación de todo
tipo de valores éticos, morales y religiosos...,
es a lo que muchos, pomposamente, llaman
‘progresismo’... O se argumenta, para justificarlo
todo, que... ¡es que estamos ya en la
‘post-modernidad’! Y, por lo tanto, ¡todo es válido!
¡Qué grandísima pena y qué inmensa tristeza
pensar en aquella España, nuestra España, no
hace muchos años ‘reserva moral de Occidente’,
y que por momentos se nos está yendo
de las manos, está ‘diluyéndose’ o desapareciendo,
se nos está yendo al limbo, nos la están
usurpando!...
Y hoy, 4 de noviembre, y ya para finiquitar
este mini-articulito, me desayuno con ‘la penúltima’
y lamentabilísima mala noticia: ‘El
Tribunal de Estrasburgo, condena los crucifijos’.
Pues…, por lo que se ve, ¡en todas partes
‘cuecen habas’! ¡Mal vamos! ‘Y las gentes, indiferentes,
seguían su camino’…