El ‘biológico’, marca nuestro biorritmo, nuestra existencia, los segundos,
minutos, horas, meses y años que vamos viviendo; marca nuestros aconteceres:
bautismo: 1ª Comunión; estudios; primer amor, primer noviazgo;
oposiciones; licenciatura; nuestro primer trabajo; nuestra entrañable boda;
las fechas de nacimiento de nuestros queridísimos hijos; etc., etc…; y también
marca aquel accidente de tráfico que casi nos cuesta la vida; aquella
tremenda enfermedad que ‘quasi’ nos dejó k.o.; la muerte de nuestros
padres, o de aquel querido compañero; etc… Y es cierto que sufre algunos
cambios de ritmo, pero sigue caminando ininterrumpidamente, inexorable
hacia una meta. Solo se para una vez; y eso sí, cuando esto
sucede, la parada es definitiva; es ya para siempre. Es inútil que tratemos
de ‘reanimarlo’ dándole cuerda o cambiando sus hipotéticas pilas de mercurio
o hidruro de litio, porque no responderá. Nuestro paso, nuestra ‘travesía’
por este desierto, nuestra vida aquí en la Tierra, ha tocado a su fin.
Es como…, el ‘no va más’ de la ruleta. Sencillamente, ya no tenemos
‘chance’; nuestro futuro no existe ya.
El reloj ‘espiritual’ es más fino, es más sutil, más sensible… Y a veces,
desgraciadamente y siempre por culpa nuestra, se para. Se para, cuando
no obramos bien; cuando calumniamos, maltratamos o agredimos a alguien;
cuando nos desentendemos de todo y de todos y nos olvidamos de
los demás, o no los ayudamos… Se para cuando, tal vez creyéndonos (¡!)
suficientes y muy ‘importantes’, nos apartamos del camino recto y hacemos la vida a nuestra manera, a nuestro estilo, a nuestro
antojo, a nuestra comodidad…, sin importarnos nada más
que nuestro ‘yo’, nuestro capricho, nuestra conveniencia,
nuestro ‘ir subiendo peldaños’, a costa de lo que sea y de
quien sea, con tal de alcanzar esa riqueza soñada; y la envidia
de muchos; y el aplauso de otros; y el poder; y una
posición social acorde con nuestros ‘méritos’… Se para,
en definitiva, cuando volviendo la espalda a Aquel que nos
creó y entregó su vida por todos nosotros y por nuestra
salvación…, nos alejamos, nos distanciamos de Él, que
nos ama sobre todas las cosas, y nos hacemos fríos e insensibles,
y nos ensoberbecemos, y nos llenamos de mentira,
de avaricia, de egoísmo, de maldad… Pero, a
diferencia del ‘biológico’, este ‘reloj’ tiene algo realmente
prodigioso: que cuando se para, pero nuestro orgullo y
nuestro ‘ego’ se abajan, cuando de verdad queremos mejorar,
cuando nos despojamos de nuestra dañina soberbia,
y cuando por nuestra conducta se dan las circunstancias
adecuadas, ¡podemos ponerlo en marcha de nuevo! No
necesita cuerda, ni pilas de mercurio, ni la radiación solar,
ni nada por el estilo… Sólo necesita arrepentimiento; compromiso;
afán de trabajo y de superación; deseos de ser
testigos de la verdad; afán de, tal vez con sacrificio, servir
a nuestros hermanos; deseos de compartir lo nuestro, y de
abrir nuevos y bellos horizontes a otros…; y sobre todo,
necesita una enorme ‘dosis’ de sencillez y de humildad, y
mucho, muchísimo amor. Amor, para acercarnos a Él de
nuevo; a Él, que siempre nos está aguardando y que nos
tiende su mano para salir del abismo (‘¿por qué Señor, tus
brazos has tendido al que por propia culpa está caído?’)…;
a Él, para hacernos otra vez sus amigos…, y lograr de esta
manera que ‘esemiento que estaba semi-desgajado de la
vid y sin vida’, vuelva a unirse a ella con fuerza y vuelva a
recibir su vital y salvadora savia. Y así, felizmente, nuestro
‘reloj’, ¡vuelve a ponerse en marcha otra vez! Y volvemos
a ser capaces de dar ‘fruto abundante’ ¡Y volvemos a experimentar
la inmensa felicidad…yo diría que, de sentirnos
–tal vez; ¡ojalá!– ‘pequeños apóstoles’! ¡De ser ‘sal y luz’
para los demás! Y ante todo y sobre todo, volvemos a sentir,
a vivir, la gran alegría y ¡la dicha inmensa de ‘caminar’
de nuevo junto a nuestro Señor…!
Considerando nuestra existencia de esta manera, es
obvio pensar y entender, que lo ideal, lo maravilloso, lo definitivo
sería que, al final de nuestro paso por la Tierra, no
hubiese mucha diferencia en el ‘tiempo’ que marcan
ambos ‘relojes’. Porque ello significaría, sin duda, que
cuanto más parejos, cuanto más iguales hayan sido y sean
estos ‘tiempos’, más cerca habrá estado y estará nuestro
corazón de Dios y… de nuestros hermanos. Y más cerca
estaremos igualmente de ese bien, de ese ideal supremo
de todo ser humano, que es, ni más ni menos que ¡la salvación
eterna! Sí, “¡dichosos los que encuentran en Tí su
fuerza; dichosos los que habitan en tu casa, Señor!”.
unque ya antes de nacer, en el útero materno, existimos –y,
¡claro!, somos seres humanos; pese a lo que digan algunas
personas ignorantes–, podríamos imaginar, tal vez, que desde
el momento del nacimiento, se ponen en marcha como dos
‘relojes’ que, cada uno de nosotros alberga en su propio ser, y que van a
regir nuestra vida, nuestra existencia. A uno de ellos, lo llamaríamos, ‘reloj
biológico’; y al otro, reloj espiritual o, mejor aún, ‘reloj del alma’. Ambos, a
priori, parecen idénticos, y marchan al unísono, al mismo ritmo. Pero no
son iguales, no; existe una sustancial y notabilísima diferencia entre ellos.