¡VAE VICTIS!
LA RAZÓN DE LOS VENCEDORES


llá por el año 400 a.c. –dicen– un caudillo galo con tótem de bárbaro nato, llamado Breno, conquistó Roma, después de haber pasado a cuchillo cabritero a 80 de los 82 ínclitos senadores que le esperaban, sentados en sus butacas, para negociar una rendición honrosa. Los otros dos padres de la Patria ya habían huido sigilosamente hacia una de las colinas de Roma, por si pintaban bastos.

Breno no era, ni mucho menos, un político nacido para lucimientos dialécticos como los de hoy día: Le entró una aguda y desconocida crisis de pánico sólo con pensar en tener que hacer frases lapidarias para el futuro, dictar leyes justas, o injustas, con arreglo al Derecho romano de la época y, sobre todo, en el castigo de soportar mucho tiempo a tanta jerarquía civil y militar tan docta y prepotente de que se componía el Imperio Romano. Y, como era sensiblemente bruto de nacimiento, pero no tonto, ofreció a los vencidos este trato digno de cualquier traficante fenicio ducho en perlas preciosas: Señores romanos derrotados en esta guerra: me retiro de vuestra insoportable ciudad plagada de estatuas de mármol y baños húmedos e inútiles. Eso si, a cuenta de mi peso en oro. Y, tras este fatigoso discurso, se colocó con su pesada espada, su lanza de dos metros y la coraza férrea sobre un plato de la báscula en cuestión. Uno de los dos senadores antes huidos, allí presente y todavía vivo, protervo impugnador de todo lo que se movía en el hemiciclo romano, refuto ipso facto: Excelentísimo y Máximo Caudillo Breno, esa actitud suya unilateral es éticamente y políticamente incorrecta. Las armas y las corazas no forman parte de su de su velludo y escultural cuerpo victorio... Breno, sin darle tiempo al osado contestatario para terminar su brillante argumento impugnatorio grito, a lo obélix, con voz de trueno: ¡Vae victis! (¡Av de los vencidos!). No sin antes haberle cortado al senador su bien peinada y amueblada cabeza con la espada de autos, causante de tan desigual enfrentamiento democrático.

Y todavía llueve sobre mojado. La historia de la humanidad en casi todos sus capítulos, es estática, monótona y repetitivas hasta el aburrimiento. La leyenda de Breno viene que ni pintada a nuestros tiempos, martirizados por guerras justas o injustas, según los contendientes en liza, todas las guerras finalizan con señeras victoriosas en la frente de los vencedores y el tabú de la humillación en el culo de los derrotados.

Sin ir más lejos, aunque parezca s estas alturas tema obsoleto y cerrado, ya en plan idealista y utópico subido mentemos la II Guerra Mundial, testigo del lanzamiento de aquellos dos petardos nucleares que masacraron las ciudades de Nagasaki e Hiroshima en la primera quincena de agosto del 45. En los procesos de Nuremberg solo se detuvo, juzgó y condenó a los vencidos. Muchos fueron culpables de genocidio en los dos bandos, 60/70 millones de muertos –dicen–. Unos, como iniciadores de la guerra, arrastrados por mesiánicas ambiciones de expansión territorial lavados de cerebro en pro del parto de razas superiores e imposibles y los hornos crematorios de los campos de la muerte para toda clase de prisioneros peligrosos judíos y tarados caídos en desgracia. Eso sí, siempre con el “Gott mit uns” (Dios está con nosotros) en la chapa del cinturón sobre los ombligos metiendo a Dios a su lado en la contienda.

Otros, enarbolando gigantescos estandartes: La razón de los vencedores, salvadores de una Europa en ruinas Y, ¡Cómo no!, también con un Dios sí está con nosotros; no con el eje de mal. Y, si me apuran, con un Vae Victis de marras, todavía vigente en los procesos de Nuremberg, la únida diferencia está en los métodos: el bárbaro corte de la yugular que le hizo Breno al senador romano, sustituído por sonoros y sincronizados fusilamientos de los condenados de Nuremberg. Si ya sabemos, Goering, Himler, Goebbels, V. Ribbentrop y demás imputados fueron unos criminales de guerra.

¿Y los bombardeos masivos de Hamburgo, Nuremberg, Munich, ya en los estertores de la guerra? ¿Y la entrada a saco pirata desmadrado en Berlín de los soldados rusos del Mariscal Zukov? Un estudiante salvado milagrosamente nos pormenorizó aquel saqueo descomunal, años después, como testigo personal de la matanza.

¿Y Dresde? Una ciudad sin mayor peso estratégico, abarrotada de soldados a la funerala y enloquecidos, que huían del Frente del Este, centro urbano histórico y monumental, joya de la arquitectura barroca, la Florencia alemana. Arrasada con 650.000 bombas innecesarias en una jornada. Con 70.000 muertos –dicen– como maldito estrambote con que finalizó aquel indiscriminado, brutal, innecesario y desproporcionado ataque aéreo.

¿Y Harry Truman, cerebro ordenador del ataque atómico contra los japoneses en agosto de 1945? La guerra del Oriente Asiático no terminaba nunca. Se calibraba una solución pragmática, primera en su género. Había que disuadir al ejército nipón, ejemplarizar con una sanción convincente al enemigo. Dos bombas atómicas, sólo dos, 50.000 incinerados en vivo en Nagasaki y más de 120.000 en Hiroshima. Otros 300.000 condenados a muerte próxima o futura, por daños retardados, originados por la contaminación nuclear subsiguiente. ¿Truman criminal de guerra o genocida? ¡Imposible! El tribunal de Nuremberg sólo juzga a los derrotados. Como en Roma, hace 2.400 años. La espada de Breno transmutada en 2 petardos nucleares disuasorios, ejemplarizantes… mortales, que aceleraron el fin de la II Guerra Mundial. Eso si, con el cínico argumento de que “Gracias a este invento se pudieron salvar miles de vidas de norteamericanos, e incluso, de combatientes japoneses por acortamiento del conflicto”. Juro que escuché este sutil razonamiento a un portavoz del ejército de EE.UU. en un Nodo del año 1945.

Y, para terminar, como aclaración ante cualquier interpretación errónea va este argumento a modo de pregunta: ¿Qué habría sucedido en el supuesto de que una Wehrmatch imparable hubiera ganado la II Guerra Mundial, conjuntamente con los Tamizares de Tojo? Pues eso, que se habría detenido, juzgado y sentenciado a los perdedores sin el más mínimo sonrojo. Siguiendo el guión de la historia escrito por los responsables de la malditas guerras.

La razón de los vencedores, inventada por un caudillo galo llamado Breno continúa vigente. Está viva. Y por lo que se ve en esos países donde crecen los conflictos bélicos como malvas en flor, seguirá coleando.

Hasta que otra razón, la auténtica, la de todos, ilumine los caminos y se materialice una ansiada y hermosa utopía. En fin.


¡VAE VICTIS!
LA RAZÓN DE LOS VENCEDORES


Carmelo Biurrun Beroiz
Caballero Mutilado de la División Azul
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