ecién escrito el título para empezar a redactar este artículo ya parecían chirriar los dos conceptos que lo componen. Y es que, efectivamen-

LA DEFENSA Y

Javier Pardo de Santayana y Coloma
Teniente General

Lo que llamamos “pensamiento débil” es
uno de las expresiones de un fenómeno
invasivo que se extiende por Occidente
desde hace bastante tiempo y que en España
está penetrando el ambiente general e in- cluso la intimidad de los espíritus hasta
llegar a tomar carta de pensamiento oficial:
el nuevo nihilismo.

En nuestra experiencia diaria observamos una abundante variedad de expresiones derivadas del pensamiento al que estoy refiriéndome. Ya cité el relativismo moral, del cual proviene en gran parte la apostasía religiosa y la negación de aquellas raíces que fundamentaron nuestra fortaleza. Pero también podemos hablar del adanismo, que para crear el hombre nuevo de pensamiento débil sacraliza el cambio por el cambio cualesquiera que sean sus consecuencias. O el buenismo, que para escapar de la realidad se adhiere a la imagen políticamente correcta. Como solemos observar con bastante frecuencia en el ámbito político, todo da igual, tanto sea esto como lo contrario: basta con hacer un buen “marketing” de lo que más convenga al propio interés. Y lo verdaderamente curioso es que la gente parece admitir tal contradicción con la más absoluta naturalidad.

No parece necesario explicar hasta qué punto es dañino el pensamiento débil para el buen funcionamiento y eficacia de la defensa, en la que la fortaleza moral es un ingrediente fundamental, como lo es también la capacidad de decisión a la hora de afrontar las amenazas y los riesgos, y donde la práctica de virtudes tales como el arrojo y la valentía, la abnegación y el espíritu de sacrificio son condiciones ineludibles para el éxito. Ahí están, como distintas facetas de este pensamiento, la aparente inutilidad
de defender algo que no sea el propio interés, la política del avestruzb y de la claudicación, el autoengaño, la entorpecedora obsesión por parecer más demócratas que nadie, las reacciones a corto plazo en busca del voto inmediato, el sectarismo, el recurso a la demagogia y la utilización de un lenguaje ambiguo que diluya los principios. Lo mismo podría decirse del temor a salirse de lo “políticamente correcto”, ese resabio que nos impone su tiranía atenazándonos e impidiéndonos reaccionar con decisión.

Ante un agresor, el pensamiento débil se inclinará por el apaciguamiento del adversario cuando no por contentarle provisionalmente con algún tipo de “carnaza”, y para justificar sus tibias y dubitativas reacciones generará instintivamente un sentimiento de culpabilidad propia y se acercará a las tesis del adversario concediéndole cierta parte de razón. En suma, intentará mantener una apariencia de dignidad haciendo uso de la ficción. De todo ello pueden encontrarse ejemplos en la actualidad nuestra de cada día.

Otro efecto concreto y preocupante del pensamiento débil es el progresivo alejamiento de la sociedad respecto a los fundamentos
en que se basa la eficacia militar, que se hallan situados en el polo opuesto. No son por tanto de extrañar las dificultades con que se tropieza para encontrar jóvenes con la generosidad, la vocación de servicio y el espíritu de sacrificio necesarios para consagrarse a la defensa de unos valores hasta el extremo de perder la vida, si ello fuera necesario, en el cumplimiento de la misión. Y aún hay que reseñar la repercusión de este pensamiento en el debilitamiento de la moral del combatiente y, sobre todo, de la retaguardia, cuyo apoyo es siempre imprescindible.

Ya señalé que el pensamiento débil, y el nihilismo en que éste se encuadra no se detienen en nuestras fronteras. Europa se desmarca ahora de sus raíces, tan evidentes en la biografía y en la acción de los hombres que inspiraron su unión política, y ahora se muestra remisa a realizar el esfuerzo necesario para alcanzar los últimos objetivos: convertirse en una verdadera potencia mundial. Ahí están sus dudas a la hora de desarrollar su política de seguridad y defensa dotándose de una capacidad militar adecuada y suficiente que, por lo menos, la permita respaldar y dar credibilidad a su propia política y estar en condiciones de llevar a buen término las misiones que ella misma se ha propuesto realizar. Naturalmente, hay excepciones, como la británica.

Pero la consecuencia final es que el propósito de hacer de la Unión Europea una “potencia civil”, teóricamente orientado a construir una potencia de nuevo cuño, posmoderna y basada en “leyes de paz”, acaba por traducirse en una renuncia a actuar y, en consecuencia, también en una renuncia a ser.

cuenta que, como militar y también como ciudadano español, mi preocupación se centra en la eficacia de la defensa y en la situación que pudiera crearse en perjuicio de los intereses y la buena salud de la nación.

Así pues, empezaré por preguntarme qué entendemos por “pensamiento débil”, y contestaré desde mi percepción y mi experiencia, pues para responder a esta cuestión no creo que sea necesario acudir a la sabiduría de otros.

Por “pensamiento débil” entiendo aquel pensamiento que, al enfrentarse a problemas que demandan una respuesta eficaz, tiende a escapar de la realidad buscando fórmulas que eviten el compromiso y den preferencia al mantenimiento del estado de las cosas o al beneficio inmediato más bien que a la verdadera solución, sobre todo si ésta requiere realizar cierto esfuerzo o sacrificio, y no digamos si exigiera arrostrar algún peligro. Este tipo de pensamiento, que nace de la desidia o de la búsqueda de la comodidad, la supervivencia o el propio beneficio, se halla asociado a una actitud pusilánime y egoísta: una actitud no comprometida con la verdad y la libertad. Ciertamente, tal forma de actuar, que suele refugiarse en la ambigüedad, se ciñe como un guante a la maniobra política a corto plazo, pero a plazo medio o largo conduce al empeoramiento más bien que a la mejora de la situación.

Supongo que el avezado lector ya habrá imaginado que no me estoy refiriendo al comportamiento de personas más o menos inseguras o afligidas por un problema psicológico cuyo origen pudiera hallarse en algún profundo vericueto de sus entretelas, porque, si así fuera, el tema no me habría interesado tanto como para escribir este artículo, justificado precisamente por tratarse de algo que para nosotros, en el tiempo en que vivimos, tiene un carácter absolutamente envolvente.

En efecto, lo que llamamos “pensamiento débil” es uno de las expresiones de un fenómeno invasivo que se extiende por Occidente desde hace bastante tiempo y que en España está penetrando el ambiente general e incluso la intimidad de los espíritus hasta llegar a tomar carta de pensamiento oficial: el nuevo nihilismo. Es éste un pensamiento plano y fragmentario que carece de visión, porque una de sus facetas más características es el relativismo moral, que no reconoce verdad o certeza alguna y, en consecuencia, desprecia todo lo que sean valores y convicciones.

Este pensamiento se ve favorecido por la omnipresente complejidad, ante cuyo reto el hombre de hoy reacciona, no simplificán- dola, sino intentando gestionarla. Es decir, el hombre de hoy no suprime nada, sino que maneja todo como si todo fuera igualmente bueno. En principio, esta actitud no es mala por lo que supone de aceptación y comprensión del otro, pero necesita ser complementada por el ejercicio del discernimiento. Y nuestra sociedad parece haber olvidado este detalle fundamental.

Otro efecto concreto y
preocupante del pensa-
miento débil es el pro-
gresivo alejamiento de la sociedad respecto a los fundamentos en que se
basa la eficacia militar,
que se hallan situados
en el polo opuesto

Como puede verse nuestra sociedad no es la excepción dentro de este preocupante panorama, aunque queremos suponer que aún quedan en ella considerables reservas de sensatez y buen sentido. Todavía cabe esperar que conserve algo de discernimiento para distinguir el grano de la paja y para no engañarse ni dejarse engañar. Por tanto, hagamos uso de lo que nos queda de esta importante facultad intelectual y proclamemos la necesidad de recuperar el pensamiento fuerte, en beneficio, al menos, de nuestra seguridad y nuestra defensa. Recordemos también que el pensamiento fuerte no es un pensamiento rígido, sino realista. La rigidez está en el pensamiento débil, esclavo de las apariencias, de la “corrección política” y de las fórmulas precocinadas. Pero para ello tendremos que empezar por reconocer la realidad, y ésta es que quizá sea España uno de los países que más se aproximan a la situación que acabo de describirles.
  EL PENSAMIENTO DÉBIL
R
te, enunciados en tándem producen la impresión de estar condenados a no entenderse.

Como supongo que el primero –la “defen- sa”– será bien conocido por nuestros lectores, analizaré lo que entendemos por el segundo –el “pensamiento débil”– para plantearme luego si éste es un concepto puramente teórico o bien algo que forma parte de nuestra realidad. Finalmente con- frontaré ambos términos para observar el efecto que produce su encuentro, teniendo en